El director de la obra maestra documental The Act of Killing sobre los asesinatos de los escuadrones de la muerte indonesios llega con toda su potencia visual y su capacidad de crear desconcierto al Festival de Cine de San Sebastián, con un musical que encanta en sus momentos cantados pero que se hace algo largo en los discursivos, y con una lectura política y social muy interesante.
Una familia extendida (madre, padre e hijo, con tres amigos) vive en un búnker bajo tierra, construido en el interior de una mina de sal, rodeados de arte y aislados de un mundo exterior que se consume en medio de incendios, desolación y hambre. Su vida transcurre como un entrenamiento del joven, que es el único que quedará vivo y solo en esa casa subterránea cuando el resto vayan muriendo: simulaciones de emergencia, prácticas de tiro, de escritura, de decoración… rellenan su tiempo. Hasta que un día encuentran a una joven desmayada en la mina y, tras las dudas iniciales de si acogerla o sobre sus intenciones, deciden admitirla en el grupo.
Con unos decorados absolutamente hipnóticos (esa mina de sal, de túneles inmensos, esa especie de mansión con las paredes cuajadas de cuadros célebres…) y sobre una bonita partitura llena de canciones realmente emotivas (de Marius de Vries, compositor de LaLa Land, con la que guarda muchas semejanzas musicales, y Josh Schmidt, con letras del mismo Oppenheimer), y sobre todo con un grupo de rutilantes estrellas, irreprochables en todos los aspectos (George MacKay, Michael Shannon, Tilda Swinton, Tim MacInnery, Bronnagh Gallagher, Lenny James y la fabulosa Moses Ingram), el director plantea una microsociedad que replica los roles que tenían en el exterior, en un fin del mundo en el que sobreviven solo los vencedores, con un padre de familia, magnate, que hace que su hijo escriba una narración dulcificada de sus vidas, con la intención de diluir su responsabilidad sobre el desastre que acabó con la vida en la tierra, y que en situaciones de estrés asoma la patita machista, clasista y tirana; y una madre que se afana en que su vida actual reproduzca un pasado feliz inventado rodeado de arte y belleza de cartón piedra con unas reglas férreas y absurdas. Y a la vez es un relato sobre el pasado, la culpa y el olvido, y la convivencia basada en la asimilación y sumisión del extraño.
Aunque las partes musicales llegan más hondo que las habladas, lastradas por un metraje excesivo, The End se revela como un musical sombrío y pesimista, muy inteligente y audaz en forma y fondo y con muchas capas de lectura.