El ocaso de los dioses: 'Io sono l'amore'

El ocaso de los dioses: ‘Io sono l’amore’

El ocaso de los dioses: 'Io sono l'amore'

Io sono l’amore recrea a la perfección la atmósfera densa y levemente decadente de la alta burguesía italiana. Parte del atractivo de esta película reside en su cuidadísima dirección artística, que ya ha suscitado comparaciones con otro gran retratista de esa misma sociedad: Luchino Visconti. A través de algunas de sus imágenes más poderosas, analizamos algunos aspectos relativos al vestuario, las localizaciones y, en general, la pátina visual que hacen de este filme una de las propuestas más poderosas y atractivas del reciente cine europeo.

Si en el momento de su presentación ya comentábamos en TÍO OSCAR que Io sono l’amore era, fundamentalmente, un paso más en la consagración de Tilda Swinton como una de las actrices más originales y magnéticas de los últimos años, lo cierto es que la película logra convertir a Swinton en un reflejo magnífico de las mujeres de clase alta italiana, esas esposas de grandes industriales que a veces vemos en el Vanity Fair, que visten confección de lujo y que llevan un Birkin de Hermès para sus tareas cotidianas. El personaje de Emma Recchi comienza siendo precisamente eso, una mujer fetiche, una mujer objeto no del todo insatisfecha con dicha condición que se desenvuelve con naturalidad en un entorno lleno de ritos y de demostraciones de poder.

Ha sido un acierto por parte de la directora de vestuario, Antonella Cannarozzi, el encargar a Fendi y, sobre todo a Jil Sander, el diseño de buena parte del guardarropa de este personaje. Ambas marcas han llevado a cabo un conjunto de propuestas básicas inspiradas en el chic pobre, en prendas minimalistas intuitivamente combinadas, en formas geométricas y en el colorido y el poder de la maglieria italiana. Recordemos que la familia Recchi, en la que se centra la trama de la película, es una dinastía dedicada secularmente al negocio de los tejidos. Por ello, las prendas que viste Swinton manifiestan un lujo consciente pero nada estridente, una elegancia muy italiana que no es frecuente en el cine y que remite inevitablemente a, por ejemplo, las creaciones de Piero Gherardi para Giulietta degli spiriti (vestuario que merece un artículo propio) o las del también magnífico Roberto Capucci para Teorema, de Pasolini, dos películas que subyacen, tanto en temática como en estética, en la arquitectura interna de Io sono l’amore.

Io sono l'amore recrea a la perfección la atmósfera densa y levemente decadente de la alta burguesía italiana. Parte del atractivo de esta película reside en su cuidadísima dirección artística, que ya ha suscitado comparaciones con otro gran retratista de esa misma sociedad: Luchino Visconti. A través de algunas de sus imágenes más poderosas, analizamos algunos aspectos relativos al vestuario, las localizaciones y, en general, la pátina visual que hacen de este filme una de las propuestas más poderosas y atractivas del reciente cine europeo.

Sin embargo, como decimos, el nombre de Visconti surge inevitablemente a la hora de rastrear las raíces estéticas de este trabajo. Esto es así debido a uno de los mayores logros de Luca Guadagnino: contar una historia a través de la elipsis continua. Los momentos álgidos, los instantes más dramáticos, las palabras más reveladoras de la película, son deliberadamente omitidos y, en una estrategia propia de la pintura manierista, la atención del espectador es desplazada a los detalles. Gestos, objetos, miradas, juegos de luz, espacios pictóricos, perspectivas fragmentadas y pequeños detalles intensificados a través de una mirada microscópica se convierten, de este modo, en un lenguaje paralelo, en la escritura íntima de una clase social, de una sensibilidad, de un modo de vida. Lo anecdótico se vuelve vital. Lo decorativo adquiere significado. Y la narración es sustituida por la descripción. De este modo, la manera en la que un personaje anuda un lazo, desenvuelve un regalo o camina por la calle se convierte en un diálogo con el espectador.

Io sono l'amore recrea a la perfección la atmósfera densa y levemente decadente de la alta burguesía italiana. Parte del atractivo de esta película reside en su cuidadísima dirección artística, que ya ha suscitado comparaciones con otro gran retratista de esa misma sociedad: Luchino Visconti. A través de algunas de sus imágenes más poderosas, analizamos algunos aspectos relativos al vestuario, las localizaciones y, en general, la pátina visual que hacen de este filme una de las propuestas más poderosas y atractivas del reciente cine europeo.

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Del mismo modo, los espacios adquieren significados, y a la metrópolis milanesa se opone el campo en San Remo. Frente a la grandeza orgullosa de la élite industrial se eleva la sencillez escurridiza y un tanto tosca de un joven cocinero que será una de las fuerzas sísmicas que tambaleen la estabilidad férrea de los Recchi. Por ello, el campo se convierte en el lugar de lo instintivo, de la pasión, de la palabra y del sexo; se convierte, en resumen, en el escenario de todo lo que está prohibido entre las suntuosas escaleras art-déco de la mansión familiar.

Io sono l'amore recrea a la perfección la atmósfera densa y levemente decadente de la alta burguesía italiana. Parte del atractivo de esta película reside en su cuidadísima dirección artística, que ya ha suscitado comparaciones con otro gran retratista de esa misma sociedad: Luchino Visconti. A través de algunas de sus imágenes más poderosas, analizamos algunos aspectos relativos al vestuario, las localizaciones y, en general, la pátina visual que hacen de este filme una de las propuestas más poderosas y atractivas del reciente cine europeo.

La atención prestada a los muebles, a la decoración y, en general, a la configuración de la casa de los Recchi dota a este espacio también de una enorme significación: los pisos, distribuidos jerárquicamente, el lujo inabarcable de las maderas nobles y el mármol, y los recorridos paralelos pero nunca coincidentes de los señores y el servicio son asimismo inmensamente reveladores, y nuevamente remiten a Visconti y a su obsesión por los detalles y las escenografías originales. También es fundamentalmente el leit motiv que introduce el tema del fin de raza: nos encontramos ante el ocaso de los poderosos, ante los últimos coletazos de una forma de capitalismo en extinción, ante unas costumbres y unas formas de vida decadentes que, más allá de las palabras, se expresan mediante los detalles.

En definitiva, no es que Io sono l’amore omita elementos de la narración; al contrario, potencia un lenguaje basado en la observación y en la elocuencia plástica de las imágenes. De este modo, rescata uno de los tesoros más valiosos de un modo de hacer cine que, a veces, podría parecer ya olvidado. Y pone en valor la importancia de una buena dirección artística, sin la que este lenguaje sería mucho menos efectivo.