A nadie se le escapa que el español Alberto Iglesias no sólo es el mejor compositor español sino uno de los mejores de la actualidad cinematográfica. Ganador de siete Goyas y nominado dos veces al Oscar, en su última y esperada colaboración con Almodóvar, Los abrazos rotos, intenta conducir al noir hasta su esencia más elemental construyendo una creación intimista y bastante contextual que desgraciadamente desluce muy apagada con las imágenes.
Cuenta Iglesias que ha prescindido de «vestidos» y se ha acercado a la negritud de Los abrazos rotos a través del sigilo, tal y como le dictaminó Almodóvar. En efecto, estamos ante una composición elegante pero mayoritariamente contextual, es decir, que crea ambientes minimalistas indeterminados. En Los abrazos rotos, Iglesias se ase a la cuerda oscura de la inconcreción para acoger la historia más que para contarla.
Pese a ello, el compositor define algunos temas realmente bellos aunque muy cortos y bastante poco explotados en el conjunto. Los agrupamos en tres géneros: comedia, nostalgia y suspense. La primera melodía la encontramos en los Títulos de crédito en los que a piano nos versiona la zambra no original A ciegas que más tarde detonará a mitad de compacto en un hermosa canción interpretada por la voz de Miguel Poveda. Esta pieza sirve para poner música con cuentagotas y con un tono muy parecido a su anterior Volver, a las escenas de comedia que corresponden a Chicas y maletas, el filme que rueda el director enamorado que interpreta Lluis Homar.
Sin embargo, cuando se enfrenta al material intrínsecamente oscuro que exige contención musical, Iglesias opta por la imprecisión melódica para crear una sensación de desasosiego. Ésta es la que predomina absolutamente en la partitura. Es cierto que sus influencias marcadamente hermanianas le ayudan a enfocar acertadamente ciertos pasajes. Dona Sangre es un ejercicio estupendo de palpitación instrumental o el mismo Final es maravilloso. Sin embargo, existen varias piezas (no escasas en número) que se definen por su imprecisión y por sus anarquismos sonoros de sintetizadores y cuerdas abandonadas. El gran número de texturas etéreas no acaba de cuajar tanta disparidad. Tanto director como compositor afirman sentir que la perspectiva musical, la del de las texturas del sigilo, es finalmente la acertada pero cuando la música apenas se aprecia en el metraje es que algo no va del todo bien.
En realidad, estas acaban por contaminar más que por solidificar una partitura bastante fragmentada genéricamente (por culpa del guión, todo hay que decirlo). Iglesias se siente incapaz de crear una columna vertebral musical definida que sea capaz de identificarse con los géneros yuxtapuestos de Los abrazos rotos: la comedia, el noir, el thriller y se inclina por concebir temas muy distintos y diferenciados aportando bastante confusión al resultado. A ello contribuye negativamente los caprichos musicales de Almodóvar cuyas tres canciones que se meten con calzador en la partitura quedan horrendas y suponen una falta de respeto en toda regla al trabajo de Iglesias. Volviendo a la partitura, el buen hacer del compositor hace que aún enfrentándose a un material difícil y una estrategia cuestionable salga bastante airoso. El talento del músico donostiarra no conoce límites y aún bajo un planteamiento increíblemente forzado es capaz de contar esta historia a través de la música. Sin embargo, nos queda una amarga sensación de haber podido experimentar mayores emociones musicales con los suelos armónicos compuestos por Iglesias. No obstante, y fijaos si es un excelente compositor, que esta sensación no deja de ser más que la misma que deja precisamente el visionado de la película. Hasta en eso la clava.
Compositor: Alberto Iglesias
Sello: Emi Music
Año: 2009
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