Puede que Ant-Man no tenga la fama de Spiderman ni el magnetismo de Iron Man, pero es hijo de Stan Lee y, como sus hermanos, su salto al cine ha dado lugar a una película tan divertida como cargada de acción. Puede que no revolucione el género ni aporte nada nuevo al mismo, pero es Marvel y es divertida. ¿Qué más se le puede pedir? Dejemos lo de ponerse intensos a los superhéroes de DC, que es más su estilo. Cuando Marvel lo ha intentado –léase el caso de Lobezno–, el experimento les salió rana. Y a la inversa, también. Ahí está Linterna Verde para ratificarlo.
Lo que se le da bien a Marvel son los superhéroes divertidos, que cuentan chistes y lanzan pullas a diestro y siniestro y que, pese a tener sus traumas y taras mentales como todo superhéroe, se lo toman con cierto humor e intrascendencia. Ant-Man es de esos. Interpretado por Paul Rudd (al que ya le iba tocando un personaje de primer nivel), Scott Lang es un ladrón de guante blanco que sale de la cárcel deseoso de empezar de cero y no salirse del buen camino. Sin embargo, las circunstancias no son la idóneas, la sociedad no se lo va a poner fácil y se verá obligado a aceptar un encargo que implica un robo. Eso sí, su motivación radica en la manutención de su hija y no en el enriquecimiento facilón.
Al final, el robo no es tal sino una trampa urdida por el científico y empresario Hank Pym (Michael Douglas) que lo ha elegido como su sucesor dentro del traje de Ant-Man, un uniforme que parece de motero y que incorpora unas partículas que hacen que quien lo lleve se encoja hasta el tamaño de una hormiga con la fuerza de un elefante. A Lang no le queda más remedio que aceptar ser parte del plan de Pym, que pretende robar a su discípulo su bélica creación. Resumiendo, Lang quiere redimirse y su redención pasa por volver a ser un ladrón. Pero robar a los malos no está tan mal visto.
Ant-Man tiene los mismos ingredientes que la mayoría de las películas de superhéroes. Un ‘donnadie’ (en la mayoría de los casos) que recibe un poder (esta vez vía traje) que lo convierte en héroe. Hay un poco de rechazo inicial, de alucine al descubrir de lo que es capaz (de las mejores escenas de la película), de amor al principio imposible y cargas familiares. La de Scott Lang es una historia de superhéroes al uso. Y, como tal, cuenta con toques de romanticismo a cargo de su complicada relación con la hija de su mentor, de nombre Hope e interpretada por Evangeline Lilly. Sin olvidar al villano malo malísimo con ganas de conquistar el mundo y al que solo le importa la pasta, en este caso Corey Stoll.
El reparto, solvente. Paul Rudd está enorme –valga el juego de palabras– como el pequeño superhéroe protagonista. Derrocha carisma y verborrea. Por su parte, Stoll plasma un curioso viaje como villano al principio algo contenido y después desquiciado del todo. Hasta Evangeline Lilly resulta convincente. Pero lo que realmente enchancha y funciona en Ant-Man son los diálogos y la acción ágiles y las repetidas menciones y guiños a los Vengadores. Los cameos son un plus que no conviene desvelar. Ha nacido un nuevo superhéroe para el cine. ¿Lo fichará Nick Fury?
Fotos: Film Frame © Marvel 2015