En ‘Elysium’, poder y sanidad son sinónimo de dinero

La irrupción de Neil Blomkamp en el cine hace cuatro años fue como un soplo de aire fresco para la ciencia ficción. ¿Quién era ese joven nacido en Johannesburgo que se había colado en los Oscar? Por su trabajo en District 9 logró una nominación en el apartado de Mejor Guión Adaptado, otra como Mejor Película y dos más. Era su primer largo tras varias incursiones en la dirección de cortometrajes y Peter Jackson le servía de padrino.

La historia, basada en una novela, giraba en torno a un campo de concentración en el que los humanos encerraron a los alienígenas llegados a la Tierra. Un punto de vista distinto para una película sobre extraterrestres en la que la fuerza de la misma se encontraba en un trabajo de postproducción mínimo, en la economía de medios y en un guión potente. Elysium es su confirmación, una película que dirige y escribe con más presupuesto para gastar pero la misma esencia detrás.

Tras cuatro años de silencio creativo en busca de una nueva historia que contar, Blomkamp regresa jugando en una liga mayor. En Elysium los medios son más y mejores. Los actores, estrellas de Hollywood (Matt Damon y Jodie Foster). Y las miradas puestas en su trabajo, muchas y todas con la frescura que supuso District 9 en la retina. Elysium es la reválida de Blomkamp como un valor seguro (confiando en que no se tuerza su carrera como otros hicieron antes) para la ciencia ficción.

Aunque no cuenta nada nuevo, la historia de un futuro apocalíptico con los humanos divididos en dos grandes grupos (los que tienen y los que no) ya se ha visto antes en el cine, lo interesante es el cómo se hace esta vez, el universo que se recrea en la pantalla y el papel protagonista, un héroe un tanto atípico. Elysium es un paraíso. Una base espacial con forma elíptica en la que se han recreado las condiciones necesarias para posibilitar la vida a los humanos, pero solo los que tiene dinero, mucho dinero. Los habitantes de Elysium no envejecen, disponen de cámaras médicas instalas en sus lujosas mansiones que lo mismo les quitan las patas de gallo que les curan un cáncer en su estadio más avanzado. Allí todo es verde, luminoso y elitista. Ellos están arriba vistos desde la perspectiva terrícola.

Abajo, en la Tierra, el planeta está consumido. Sus recursos son cada vez menos. El gris y los tonos oscuros y apagados son la paleta cromática para dibujar un mundo condenado a la pobreza, la suciedad y la enfermedad. No hay esperanza. La única luz al final del túnel está en conseguir un billete que les lleve a Elysium. Los enfermos pagan lo impagable por jugarse la vida cruzando el espacio que les separa del paraíso en naves de segunda solo para meterse en una de esas urnas y ser deportados (porque ninguno podrá quedarse en Elysium) sin la cojera, ceguera o enfermedad que les llevó a correr el riesgo. La encargada de proteger ese nivel de vida de los de arriba es la implacable ministra de Defensa Delacourt (Jodie Foster).

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En el otro extremo, como representante de los de abajo, los pobres, se sitúa Max (Matt Damon). Un hombre problemático, con la condicional tras pasar un tiempo encerrado por robo. Intenta no volver a la cárcel y forma parte, como uno más, de la columna de operarios que trabaja en una fábrica de creación de esos robots que vigilan que en la Tierra se cumplan las normas de los ricos para que en su maquinaria de vida perfecta no chirríe ningún engranaje. Un accidente laboral expone a Max a niveles de radiación intolerables para cualquier humano reduciendo su esperanza de vida a cinco días. Su única salvación es llegar a Elysium y conseguir utilizar sus medios para eliminar el veneno de su cuerpo.

En el camino, impedimentos, crisis de identidad y conciencia. ¿Qué hacer? ¿Sacrificarse por el bien común o ir por libre? ¿Y si él tuviese la llave para salvar a todos y acabar con la desigualdad reinante? A Max se le da mejor lo segundo. Y a Blomkamp no le gustan las historias que caen en el sentimentalismo, lo previsible y la condescendencia. Lo demostró con District 9 y ha vuelto hacerlo. La esencia de lo que podría ser un sello propio visto en su primer trabajo se mantiene en el segundo pese al tono de blockbuster veraniego que se respira durante toda la película.

En Elysium hay mucho de entretenimiento, de ciencia ficción y de efectos especiales, pero también hay crítica social. El abismo que separa a los que tienen de los que no es evidente, pero hay más. El poder, la educación y la salud ligados a la cuenta corriente. Los habitantes de la Tierra viven en favelas y acuden a centros médicos abarrotados y sin medios donde las esperas son eternas, mientras en Elysium la sanidad es tan privada y exclusiva que los ricos tienen su propio hospital en casa.

Con un mundo tan polarizado, la esperanza de los de abajo es poder colarse en el mundo de los de arriba. Lo hacen pagando a alguien para que les consiga un billete en una de esas naves que cruzan el espacio que separa la Tierra de Elysium como las pateras que cruzan cada semana el Estrecho o quienes se juegan la vida en la frontera entre México y Estados Unidos. Todo por conseguir una vida mejor.