‘El reloj’ que marcó las ‘primeras horas’ de Minnelli

Un matrimonio, Paul y Paulina Gallico, escriben una historia de amor en tiempos de guerra. Otra pareja, la formada por la actriz Judy Garland y Vincente Minelli, la acaba llevando a la gran pantalla. Todo ocurrió en un ya lejano 1945: ‘El reloj’ fue la tercera película del director, la segunda en la que dirigió a su propia mujer y la primera que no era un musical. Fred Zinneman (‘Solo ante el peligro’) fue el primer encargado de dirigir esta pequeña historia de gente corriente; el romance de 24 horas entre un soldado de permiso en Nueva York y una secretaria. Una historia que incluye una apresurada y kafkiana boda y cuya mayor complejidad es preguntarse a sí misma si se pueden unir dos personas que tienen un tiempo limitado para conocerse. Así de sencillo.

No tan fácil le debió parecer a Judy Garland, que tuvo sus más y sus menos con Zinemann y acabó imponiendo en la dirección del film a su recién estrenado marido. El éxito fulgurante de ‘Cita en San Louis’ el año anterior había convertido al trío formado por Minnelli, Garland y el productor Arthur Freed en una garantía de éxito para la Metro. Sin embargo, se enfrentaban a una película lejos de su especialidad: los musicales. Historias de amor parecidas abundaban en aquellos tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Ahí están ‘Te volveré a ver’ (William Dieterle, 1944) o ‘El Puente de Waterloo’ (Mervyn LeRoy, 1940) Pero ‘El reloj’ no es una película cualquiera.

Lo que en manos de cualquier otro director se habría convertido en una vulgar y cursi historia de amor, en manos de Minnelli se convierte en pura magia. La magia de ayudar a un lechero a hacer su reparto por un Nueva York recreado en estudio;  la de un beso que comienza con los susurros de la noche en Central Park. Esta última secuencia, que empieza con un uso inteligente de la banda sonora (se nota que el director proviene de Broadway y ha dirigido musicales) cuando la protagonista asegura al chico, Robert Walker, que sí existen numerosos sonidos en la quietud de la noche, culmina con un primer plano de ambos fundidos en un beso. Es una secuencia musical en una película no musical; igual que aquella otra en la que ninguno de los dos puede escuchar lo que el juez que los casa está diciendo porque un tren pasa cerca del juzgado.

Minnelli, uno de los seres más expertos a la hora de mover una cámara, volvió a demostrar su habilidad en ‘El reloj’. El plano secuencia en las vías del metro, cuando la pareja se separa sin quererlo porque ella se mete en un vagón por culpa de la multitud que la empuja, es obra de  alguien que quiere seguir contando una historia de forma original. Resulta curioso que Garland, que no canta una sola canción en toda la película, encarne tan bien la fragilidad del personaje a pesar de que no hace muy buena pareja con un Robert Walker algo perdido y a años luz de su magnífico villano en la mítica ‘Extraños en un tren’ de Hitchcock.

Garland y Walker compartieron un final trágico y a temprana edad, pero aquí no eran más que una de las muchas parejas que tenían que separarse por culpa de una guerra, que gozaban de unas escuetas horas para hacer planes a largo plazo. Ese himno a la cotidianeidad, reforzado por el último plano, ese que deja a Garland entre una multitud de la que el director no la diferencia, es la verdadera razón de ser de una película olvidada que se manifiesta hoy como una de las joyas escondidas de la siempre sorprendente filmografía de Minnelli. Y es que, señores, previa a ‘Antes del amanecer’ ya existió ‘El reloj’, la idealizada y breve historia de amor de aquellos que, a pesar de ser un ladrillo más de la pared, también aspiramos a vivir grandes pasiones.