Este año, la categoría de mejor dirección artística ha sido renombrada como mejor diseño de producción, posiblemente en un intento de reflejar la complejidad de una labor que incluye tanto la creación de escenarios como la búsqueda de localizaciones y, en resumen, la definición de la identidad visual de la película. Tres grandes producciones de ambientación decimonónica (Anna Karenina, Los miserables y Lincoln) compiten con una película de fantasía (El hobbit: Un viaje inesperado) y una innovadora cinta a medio camino entre la realidad y la imaginación (La vida de Pi).
Anna Karenina. Diseño de producción de Sarah Greenwood; decorados de Katie Spencer
Desde que empezaron a correr las primeras noticias acerca de este proyecto, parecía claro que la adaptación de la novela de Tolstoi iba a dar que hablar en el terreno de lo visual. Hay pocos cronotopos más evocadores que la Rusia Imperial del siglo XIX, una de las cortes más suntuosas de la época, y Anna Karenina prometía un diseño de producción muy ambicioso. Lo que no sabíamos es que sería también enormemente creativo. Para empezar, porque gran parte de la película se desarrolla en el marco de un escenario teatral, lo que aparentemente limita las posibilidades espaciales. Sin embargo, ahí radica en gran medida el mérito del impecable trabajo de Sarah Greenwood y Katie Spencer: en una creación de auténtica orfebrería, donde cada espacio tiene entidad propia y donde la teatralidad (y, por qué no, la artificialidad) está al servicio de las filigranadas emociones de los protagonistas. El resultado final está impregnado de dramatismo, sensualidad, violencia y delicadeza; los mismos rasgos que han caracterizado muchos de los proyectos de Greenwood y Spencer, que cuentan con una fructífera trayectoria conjunta a sus espaldas, y que reciben este año su cuarta nominación después de Orgullo y prejuicio (2006), Expiación (2008) y Sherlock Holmes (2010). No cabe duda de que ésta podría ser una buena ocasión para llevarse la estatuilla, ya que Anna Karenina es, posiblemente, la producción más personal y poética de las que compiten, aunque se enfrenta a duras competidoras: la arrolladora creatividad de La vida de Pi y la espectacularidad de Los miserables.
El hobbit: Un viaje inesperado. Diseño de producción de Dan Hennah; decorados de Ra Vincent y Simon Bright
El hobbit: Un viaje inesperado es una película notable, muy esperada y bien resuelta; sin embargo, en la categoría de diseño de producción, su mayor lastre viene dado por el hecho de que, en lo sustancial, el mundo visual que propone no se diferencia demasiado del que Peter Jackson ya desarrolló en su trilogía de El señor de los anillos, concluida hace casi una década. Ya comentábmos en este Oscatlón, a propósito de los efectos visuales, que El Hobbit no mostraba una evolución tangible respecto a la trilogía, y algo similar puede decirse en el terreno de la dirección artística. De hecho, el director de producción Dan Hennah ya ganó el Oscar en 2004 por El retorno del rey, lo que suponía un reconocimiento implícito al conjunto de sus recreaciones de la Tierra Media. En El hobbit destaca un espléndido trabajo de localizaciones naturales, así como los evocadores bosques románticos donde sucede buena parte de la acción. La recreación de la Comarca en el tramo inicial de la película concede mucha importancia a los interiores domésticos. A su vez, las fastuosas arquitecturas de Rivendel mantienen intacta su capacidad de evocación, que remite a las películas de la trilogía, pero que incorpora nuevos espacios, como la impresionante Ciudad de los Trasgos. Un trabajo impecable en cualquier caso, pero que puede ser lastrado por su escasa evolución respecto a las películas de la trilogía.
Los miserables. Diseño de producción de Eve Stewart; decorados de Anna Lynch-Robinson
Ya la escena inaugural de Los miserables, ubicada en los descomunales astilleros donde cumple su condena Jean Valjean, anticipa la teatralidad y la monumentalidad que caracterizan el soberbio trabajo de Anna Lynch-Robinson (que recibe su primera nominación) y Eve Stewart (que ha sido nominada ya por Topsy-Turvy y El discurso del Rey). Una de las principales ventajas de rodar un musical es que, al igual que sucede con la narración, el realismo y la verosimilitud pasan a un segundo plano. Sobre todo si, como sucede en Los miserables, el velo del Romanticismo impregna los espacios de dimensiones épicas y, sobre todo, de intensidad emocional. En la estética romántica, la meteorología traduce los estados de ánimo, y los lugares reflejan la dimensión psicológica de sus habitantes. Por eso, las laberínticas calles del viejo París pueden parecer algo acartonadas, pero también traducen la opresión en que viven sus habitantes, mientras los grandes espacios (el desfile triunfal, los astilleros) reflejan la megalomanía imperial de la Restauración monárquica. Todo ello impregnado por un registro cromático de gran valor simbólico, donde los colores de la bandera revolucionaria (rojo, blanco y azul) brillan en un contexto dominado por los colores parduzcos de la pobreza de las clases populares. También hay que tener en cuenta que en Los miserables prevalecen los primeros planos de los protagonistas, lo que teóricamente dejaría poco espacio para el lucimiento de los decorados, que se aprecian fundamentalmente en los planos medios. Sin embargo, esta planificación no impide apreciar una magnífica (y complejísima) labor de diseño de producción que logra llevar al cine un espectáculo teatral preservando la magia del musical.
La vida de Pi. Diseño de producción de David Gropman; decorados de Anna Pinnock
Desde luego, si uno de los objetivos del cine es crear universos visuales propios, está claro que La vida de Pi es una celebración del cine con mayúsculas, y debe buena parte de esa capacidad de fascinación a su dirección artística. Especialmente porque la película propone una inmersión del espectador en un microcosmos a medio camino entre la realidad y la fantasía. Y la línea entre ambas está tan sutilmente trazada que, en ocasiones, desaparece. También porque el trabajo de Anna Pinnock (nominada por Gosford Park y La brújula dorada) y David Gropman (nominado por Las normas de la casa de la sidra) se adecúa a la perfección a un novedoso empleo del 3D. Si, por poner dos ejemplos significativos, Avatar desarrolló las capacidades técnicas del cine en 3D como espectáculo tecnológico, y Pina llevó esta técnica a un terreno radicalmente distinto y fundamentalmente minimalista, La vida de Pi la emplea con una finalidad netamente emocional. El diseño de producción, en este caso, se basa en la creación de un mundo colorista y naíf por momentos, donde el mayor protagonismo no lo tienen tanto los interiores, muy estilizados, como la deslumbrante presencia de una naturaleza repleta de exuberancia estética y también psicológica. Y, a diferencia de las otras nominadas, La vida de Pi será recordada dentro de unos años por su rotundidad visual: algo que está al alcance de muy pocas producciones.
Lincoln. Diseño de producción de Rick Carter; decorados de Jim Erickson
El diseñador de producción Rick Carter recibe este año su cuarta nominación al Oscar, un premio que se llevó en 2010 por su trabajo en Avatar. A su vez, el decorador Jim Erickson recibe su segunda nominación tras la primera por Pozos de ambición. En cualquier caso, son desafíos muy diferentes de la nueva cinta de Steven Spielberg. En Lincoln, la tónica general es el respeto a la Historia y al legado de uno de los personajes más populares de la tradición americana. Por eso, el trabajo de diseño de producción viene marcado por un realismo casi documental, que recrea sin estridencias la austeridad de una de las etapas fundacionales de Estados Unidos. Entre los mayores logros encontramos una creíble reconstrucción de edificios tan reconocibles y familiares como el Congreso y, sobre todo, la Casa Blanca. Rick Carter ha afirmado que su reconstrucción de la residencia presidencial responde a la veracidad histórica, pero también a la introspección psicológica del protagonista, y que en cierto modo refleja su forma de pensar y sus paisajes emocionales. El resultado final es un trabajo solvente y de altísima calidad. Sin embargo, no parece muy probable que logre vencer a sus competidoras, que presentan perfiles mucho más creativos, personales y, también, deslumbrantes.