Vuelve el cine de las plagas bíblicas y la crisis planetaria con el estreno de La carretera (John Hillcoat, 2009). La industria estadounidense persevera año tras año en su empeño por conquistar al público con historias de consecuencias extremas, efectos invernaderos y agujeros de ozono que amenazan a la humanidad. Bien sea para su salvación o como consecuencia de su anunciado final apocalíptico, la baza de la destrucción total es suculenta y morbosa, como ya lo eran las profecías de Nostradamus, ahora actualizadas en inquietantes hipótesis reveladas a la audiencia mediante alardes técnicos de CGI.
La mayoría de esos intentos han cumplido con creces sus objetivos económicos, para lo que han tenido que sacrificar en gran medida su gravedad y rigurosidad narrativa, cubriendo sus argumentos de pátinas de buenrollismo apto para todos los públicos –que los hay y bien diferentes sin tener que ser específicamente infantil – y disminuyendo la carga dramática a favor del simple divertimento incapaz de amargar la existencia a los espectadores de fin de semana. Un buen ejemplo de este cine rebajado con agua es la película Soy leyenda, con la que La carretera comparte algunas similitudes de planteamiento. El film de Will Smith cometía el error de creer que la ambientación postapocalíptica era el resultado de un buen uso de los efectos digitales en unos cuantos cuadros hiperrealistas, y obviaba que incluso la elección del actor y el tono de su interpretación así como el devenir de su argumento echaban por tierra la supuesta atmósfera opresiva y acongojante que debía dominar su desarrollo, cediendo una vez más a los manidos mecanismos del cine de acción al límite que desnaturalizaban la dureza del argumento inicial.
La carretera comienza en el que podríamos denominar año cero posterior a un colapso mundial de insospechadas consecuencias y desconocida naturaleza, en la que los pocos supervivientes se enfrentan a un duro y por momentos breve futuro sin recursos y bajo la oscura sombra de la desconfianza, la traición y el canibalismo como únicos medios de subsistencia. No es precisamente un planteamiento en el que quepan frases hechas, respuestas ingeniosas ni pequeños alivios cómicos que permitan recobrar el aliento entre actos. A diferencia del trabajo de dirección de Soy leyenda, John Hillcoat no se anda con milongas ni medias tintas, y no duda en poner toda la carne en el asador para reconstruir con precisión milimétrica y sordidez extrema un panorama realista sin concesiones amables ni planos esquivos. El film logra transmitir a la audiencia una aterradora y angustiosa desolación existencial engarzando muy bien todos los elementos que lo componen formalmente. Una puesta en escena fría y calculada, interpretaciones austeras y apenas complacientes, caracterizaciones detallistas y una valiente fotografía monocromática del español Javier Aguirresarobe que consigue plasmar con mucha fuerza el ambiente contaminado, nuclear y deprimido de un planeta muerto.
Y aunque allí donde otras no llegan ésta podría citarse como ejemplo sobresaliente, en lo que respecta a la trama y el desarrollo narrativo de la historia, La carretera se queda francamente corta. Hacia la mitad del metraje persiste una incómoda sensación de que el verdadero motor argumental del film nunca termina de arrancar ni hacerse visible, ahogado por la preocupación del director de mantenerse fiel al tono solemne de su tratamiento, reconduciendo a los dos protagonistas principales reiteradamente al origen de su drama mediante el abuso de flashbacks que poco valen el reclamo de una actriz como Charlize Theron y que anulan las posibilidades de progresión dramática de los personajes. Ambos comienzan su aventura con un nivel tal de ansiedad y tristeza, que parece que no haya forma de sobreponerse ni tan siquiera de empeorar, y las pocas ocasiones en que los vemos activarse e interactuar con el entorno, no son más que pasos en falso sin solución de continuidad que ya en el último tramo de la película, con un conformista e insípido final, puede producir el desinterés del espectador más exigente.
Cada vez sorprende menos que en una industria como la americana cueste tanto encontrar el equilibrio necesario entre los distintos aspectos de un film para que se convierta en una obra perdurable y recordada. La carretera está algún paso por delante del cine puramente comercial que nos llega de Hollywood, pero sus pretensiones y su magnífica atmósfera, aunque reseñables, no están debidamente compensadas y quedan huérfanas dentro de una historia débil y muy diluida, que no mata, pero tampoco llena.
La carretera se estrena en los cines el 5 de febrero