Isabel Coixet: «Somos una manada de búfalos que va hacia el abismo»

Seis días antes de llegar a las salas comerciales, Isabel Coixet (Sant Adrià del Besós, 1960) ha presentado Ayer no termina nunca en el Festival de Málaga, que ha programado la película como su cinta inaugural fuera de concurso. En ella, la directora catalana retrata a una pareja -interpretada por Candela Peña y Javier Cámara- que se cita para firmar el divorcio.

Pero la acción transcurre en un tiempo y un espacio inquietantes: el momento, 2017, dentro de cuatro años, en una España diezmada por la crisis, depauperada y sin remisión, con abundantes referencias a temas tan candentes como los recortes en sanidad o la construcción de Eurovegas. Y el lugar: un cementerio de hormigón, el punto geográfico justo que marca el paso de la vida a la muerte.

Pregunta: Has metido la película que querías hacer sobre la crisis en una película sobre una crisis de pareja.
Respuesta:
A mí no me sale hacer una película de tesis. Me pareció que la historia de una pareja era la mejor forma de contar las cosas que están pasando. Como mejor me manejo es con historias intimistas en las que representar a todo un país. Creo que hay pinceladas en estas personas de lo que nos pasa a todos.

P: Impresiona la cantidad de referencias culturales y hasta filosóficas que introduces en la película.
R:
Tampoco tantas…

P: La de Esperando a Godot es evidente en estos dos personajes que esperan a un funcionario, pero también el teatro de Harold Pinter…
R:
Admiro mucho a Pinter. Los diálogos de sus obras son los mejores de la historia del teatro, del cine… de la historia.

P: Efectivamente, eso se refleja en los diálogos de esta película, que no buscan la naturalidad…
R:
Un documental no es…

P: Y esas secuencias en el interior de una caverna…
R:
¡Platón, ahí estamos! Las referencias te ayudan a saber quiénes son los personajes, dónde están, qué han estudiado, cuáles son sus referencias. Por ejemplo, la frase de Pepe Isbert de «Con la alegría que yo traía» la digo yo siempre. Pero cuando voy a la carnicería, me toca la última y hay ocho señoras delante que están pidiendo 100 gramos de no sé qué, lo digo. Y sí, es una referencia a una de las mejores películas de la historia del cine, que es El verdugo. Todos mis guiones siempre están trufados de estas cosas, me salen así.

P: Pero quizá este guión sea el más pesimista de todos los que has escrito. ¿Tan poca salida ves a este país?
R:
No… Yo soy licenciada en Historia y la Historia nos enseña que esto es un ciclo y que todo pasará. Yo sé que todo esto pasará. Y también de una manera extraña tengo la sensación de que igual puede salir algo bueno de esto, que igual nos podemos librar de cosas superfluas y podemos perder miedo a ciertos temas. Por ejemplo, creo que todo esto que está saliendo ahora de la monarquía es bueno en el sentido de que nos hace plantearnos quiénes son esta gente, que personas como mi madre que siempre ha hablado del Rey y la Reina se llegue a plantear: ¿Les necesitamos de verdad? ¿Vamos a estar huérfanos sin ellos? ¿Han cumplido un papel y es el momento de que se vayan? Y que todo esto se pueda hacer como dicen en Torrente: sin mal rollo; o como decía Felipe González: sin acritud. No lo sé si se puede hacer, sinceramente. Pero tengo la sensación de que los pocos recursos que tenemos, si consiguiéramos repartirlos mejor, podrían paliarse muchas dificultades. Este país no es es un país africano donde todavía no hay una red de recursos. Igual soy muy naíf pero pienso que una manera mejor y más honesta de hacer las cosas es posible.

P: Pues ahora me choca todavía más que la película sea tan pesimista.
R:
Es que tal como vamos es lo que hay. Si no nos planteamos muchos cosas, esto es lo que va a ocurrir. Me gustaría que la gente se tomara esta película como un aldabonazo de «ojo, que si seguimos en esta cosa de manada de búfalos que camina hacia el abismo, nos tiraremos por el abismo».

P: Además, tus personajes sufren mucho. Aquí Candela Peña dice en un momento: «La vida es una puta mierda a veces sin explicación alguna».
R:
Sí, pero ella acaba la película de una forma diferente a como la empieza. Para mí la aventura consiste en mostrar una cosa en un momento concreto y ver hacia dónde puede evolucionar, ver que hay un proceso personal y una forma de ponerse en paz consigo mismo y con el otro y, a partir de ahí, poder empezar otra cosa.

P: Haciendo esta película tan dura, de emociones tan profundas, ¿se disfruta?
R:
¡Lo hemos pasado muy bien! No tiene nada que ver. Cuanto más dramática es la historia de una película, mejor te lo tienes que pasar haciéndola. Me gusta que la gente se lo pase bien en los rodajes. Los actores, cuanto menos sufran, mejor. No creo en el sufrimiento en el trabajo. Que se diga «¡Corten!» y se partan de risa. Esa es la magia de ser actor. Javier Cámara puede hacer el azafato maricón de Los amantes pasajeros y luego este tío súper hombre, súper macho alfa.

P: El lugar tan particular donde transcurre la película, un inmenso espacio de hormigón, ¿influye en las relaciones entre los personajes o las refleja?
R:
Soy una gran admiradora de ese espacio, un cementerio que está en Igualada, de Enric Miralles y Carme Pinós, que es de los más bonitos y más interesantes del mundo. Plantea ese tránsito hacia otra cosa: seas creyente o no, la muerte es un viaje y cómo nos comemos ese viaje también determina quiénes somos en la vida y qué decisiones tomamos. Cada vez que visitaba ese lugar me planteaba: «Tengo que hacer una historia aquí». A veces tengo la sensación de que hay historias que me llaman, que no las creo yo sino que están ahí.