‘Un amor’: el infierno grande de Isabel Coixet

'Un amor'
Buen intento
Coixet se adentra en la Siberia del cuerpo y del alma pero su película no convence del todo.
3.6

Una de las películas más esperadas de esta Sección Oficial era la adaptación que la directora catalana Isabel Coixet ha hecho de Un amor, novela de Sara Mesa de gran éxito el año pasado. Con grandes valores, como la entrega total y absoluta de Laia Costa a su personaje o la aridez y desolación generalizada que impregna tanto el paisaje como las relaciones interpersonales entre los personajes, la película no llega a convencer unánimemente.

Nat, una traductora treintañera (Laia Costa), alquila una destartalada vivienda en un pueblucho del interior de España y entabla relaciones con sus habitantes: un casero brutal y machista (Luis Bermejo), Píter, un vecino que hace vidrieras (Hugo Silva), una pareja que va con sus dos hijas a pasar los fines de semana (Ingrid García-Jonsson y Francesco Carril) y Andreas, un hombre solitario al que apodan El Alemán (Hovik Keuchkerian), que vive de su huerto y de hacer chapuzas con el que inicia una relación sexual.

Mediante la imagen naturalista y el recurso a los planos del pueblo y las montañas circundantes para resaltar lo abrupto y silvestre del enclave, un guion sin florituras que a menudo se adentra en lo cruel y despiadado de las personas y las situaciones y una fotografía heladora, Isabel Coixet logra transmitir esa desolación tanto de paisaje como de caracteres y contar una historia áspera y atrevida desnudada de todo, con la que intenta llegar a las verdades más incómodas de las relaciones entre hombre y mujer. Laia Costa está perfecta en su papel de mujer emocionalmente deshecha, aunque las explicaciones sobre el origen de ese estado sean insatisfactorias; Hovik es imponente y brutal, no solo por su presencia física, sino también por su contundencia en el decir y por su actitud de no andarse con zarandajas; y el resto de actores cumplen con creces su papel, aunque sus contadas apariciones no den lugar a un desarrollo muy profundo.

Entre Nat y Andreas se establece una relación sexual que deviene en afectiva, con una química muy física que se siente como genuina y que logra darle (a ella, la que supuestamente está deshecha) un confort y una seguridad que es la que parece que busca. Pero no hallamos huellas reales o verosímiles que conduzcan a esa pretendida catarsis final, que solo se puede interpretar como una nueva huida. Y más que nada, parecen muchos mimbres para armar el cesto del tópico de «pueblo pequeño, infierno grande».