‘La herida’ cansa pero ‘Prisioneros’ fascina en la recta final de San Sebastián

Concluye la competición de este Festival de San Sebastián con la tercera película española a concurso: La herida, debut en la dirección de largometrajes de Fernando Franco, ganador el año pasado del Goya al mejor montaje por Blancanieves. Pero la gran cinta de este certamen también se ha exhibido hoy, en una proyección especial con motivo del Premio Donostia a Hugh Jackman: Prisioneros, de Denis Villeneuve, una obra magna que desborda hechuras del thriller.

La propuesta de La herida es interesante y arriesgada: Fernando Franco retrata a una mujer desnortada, superada por su mundo, bloqueada emocionalmente, devota de su trabajo de conductora de ambulancia, pero posiblemente fracasada en todo lo demás que suele refugiarse en el baño con planes suicidas que acaban siempre en autolesiones de todo tipo. La decisión de Franco es trasladar su desconcierto al espectador: no hay diagnóstico médico, no hay información sobre las causas y a penas vemos a su familia.

La cámara se pega a su protagonista como una lapa. Todo son primeros planos de su cara o de su nuca, a penas conocemos a sus interlocutores salvo cuando se cruza físicamente con ellos. Si ella se encierra, la cámara también. Si ella se marcha, la cámara con ella. Nos escatima las reacciones de su madre, con la que todavía vive y quien parece hacer la vista gorda ante los problemas de su hija; insinúa una mala relación con su padre al que insulta cuando se está casando con otra mujer; y habla con un novio al borde de sus fuerzas que, pese a ser el único personaje al que no vemos –hasta el tramo final- es a quien mejor comprendemos.

El problema es que la ignorancia a la que Fernando Franco somete al público es excesiva. No hay suficientes elementos para que podamos saber qué ocurre y tampoco ocurre nada verdaderamente relevante para mantener hasta el fin nuestra atención. Como ejercicio cinematográfico es interesante un tiempo, pero cuando la cinta se queda en una repetición de las crisis de la protagonista, el espectador ya no puede poner más de su parte para mantener el interés y se siente vencido. Es lo que tienen los experimentos, que parecen ir saliendo bien hasta que se tuercen y resultan fallidos.

201130927prisioners_peqEn cambio, Prisioneros es la película más impresionante que se ha visto estos días por San Sebastián. Después de haber presentado a competición Enemy, la interesante filigrana kafkiana protagonizada por Jake Gyllenhaal, Denis Villeneuve repite con el actor al que se suman Hugh Jackman –que recoge hoy el premio Donostia-, Viola Davis, Terrence Howard, Melissa Leo y Paul Dano.

De la trama es mejor no contar mucho más allá de la premisa inicial: dos familias se reúnen a comer. Sus hijas pequeñas salen a jugar y nunca más aparecen. Las sospechas recaen sobre una autocaravana aparcada en las proximidades.

Es un clásico de los thrillers y cuesta creer que partiendo de ahí se llegue tan lejos, tan alto y tan profundo. Pero ese guión lleno de requiebros y sospechas, de sorpresas y revueltas, de dudas y corazonadas alberga una de las reflexiones más ásperas y certeras de la sociedad actual, del miedo en el que vivimos cada día y el refugio que ofrece la familia; de la confianza en las instituciones pero de cómo el sistema hace aguas.

Durante dos horas y media bien cumplidas, el relato de Prisioneros avanza inquebrantable, recorriendo nuevos meandros y escarbando en capas inesperadas. Villeneuve se confirma como un director robusto y brutal capaz al mismo tiempo de introducir mil matices. Una obra maestra.