‘Yuli’: La danza como arraigo y retribución

'Yuli'
Drama familiar
Icíar Bollaín construye una biografía que se eleva con unos bellísimos momentos de danza
4
Emotiva

La danza es la expresión artística más sublime porque pone cuerpo, mente y alma al servicio de la creación. Y aún más cuando el bailarín traspasa la frontera de la técnica y cuenta, llega, emociona e impacta. Algo así sucede con Yuli, de Icíar Bollaín. Aunque la historia la hemos visto más veces, la mezcla con las escenas de danza que además enriquecen y hacen avanzar la narración la convierten en una película valiosa e indudablemente bella.

Las memorias de Carlos Acosta sirven a la directora madrileña para construir una preciosa película sobre el amor de la familia, la soledad, el sacrificio y el arraigo. Bailarín de proyección internacional y miembro de la companía del Royal Ballet británico, Acosta (que aparece en la película montando un ballet basado en su vida en La Habana) tuvo que dejar Cuba muy joven para trabajar en Turín y Londres, abandonando por el camino a una familia que subsiste en los años de más carestía de la isla bajo el régimen de Fidel Castro. Pero Carlos-Yuli persiste en la idea de que algún día habrá de retornar para devolver a su familia, y sobre todo a su padre, lo que le dieron de pequeño, que no es ni más ni menos que el descubrimiento de un talento natural para la danza y los valores del sacrificio y del esfuerzo.

Y es en la relación de Carlos con su padre donde se encuentran los momentos de más emoción de la película, tanto cuando comparten escenas los dos, algunas brutales, otras más tiernas, como cuando se muestra la relación a través de un pas de deux (interpretado por el propio Carlos Acosta como padre y un joven bailarín cubano). La cinta vuela con la danza y el espectador vuela con ella, gracias también a la fabulosa fotografía de Álex Catalán y a la música de Alberto Iglesias, que la enfatizan y la hacen crecer en sensibilidad y arte.