El Festival de San Sebastián ha elegido para inaugurar su edición número 70 uno de los títulos más esperados del cine nacional: Modelo 77, de Alberto Rodríguez. En ella, el sevillano vuelve a abordar la Transición española, esta vez desde el interior de una cárcel, la mítica prisión barcelonesa, para echar luz sobre una de tantas zonas oscuras del franquismo a las que ha dado miedo mirar de frente.
Rodríguez y su habitual coguionista Rafa Cobos reconstruyen los acontecimientos del año 77 cuando 200 reclusos se coordinaron para cortarse las venas y llamar así la atención sobre las condiciones de su encierro al tiempo que pedían una amnistía dado que estaban presos por las leyes de un régimen fascista que estábamos dejando atrás. El episodio es, desde luego, carne un un buen thriller y no lo han dejado escapar.
Modelo 77 es una película prácticamente impecable: una narración sólida, por momentos incluso trepidante, rodada sin escatimar medios, ni extras, ni postizos. Discurre tan segura de sí misma que hasta es capaz de digerir algunas dispersiones, con subtramas que se abren y se cierran sin importar cuántas sean. Y funciona bien como espejo de su tiempo, de cómo un país opta por cerrar un capítulo sin rasgar el libro, y hasta de cómo esa decisión arroja consecuencias hoy en día.
Las dos horas y pico de metraje —quizá algo menos no le hubiera venido mal— las lleva sus anchos hombros Miguel Herrán, un actor al que hemos visto crecer y aquí descubrimos hecho mayor. Suyas son todas las secuencias de la película: el espectador le acompaña, sufre con cada humillación, se resiente de cada golpetazo y se enorgullece en cada levantada. Le acompaña un reparto lleno de caras conocidas y solventes, que despliegan su buen hacer incluso a través de caracterizaciones un tanto excesivas.
Podría decirse que todo está bien pero eso no quita para que tenga algo de rutinario. Este buen hacer —¡bendito sea!, no se entienda lo contrario— va por un camino ya recorrido, una senda espléndida pero marcada, sin que asome algo de novedad o, mejor aún, de riesgo. Un nombre mayor de nuestra cinematografía como es ya Alberto Rodríguez puede dárnoslo y aquí no está.