Sentarse ante cualquier propuesta de Horizontes Latinos supone, en la mayor parte de los casos, asistir a una concatenación de desgracias, a cada cual más enorme. Podría parecer que este es también el caso de la coproducción México-Estados Unidos-Francia ‘Sujo’: miseria, narcotráfico, hacinamiento, pandillas… Sin embargo, la mirada de sus directoras, Astrid Rondero y Fernanda Valadez, no esquivan la crudeza, pero también son capaces en reparar en los cuidados, la inevitable felicidad de la infancia, la lealtad y aquellas personas que, inevitable, siempre conceden una segunda oportunidad al prójimo.
Sujo es el nombre, que nadie parece saber de dónde proviene, del pequeño huérfano de un sicario, a la que su tía Nemesia trata de esconder y salvar por todos los medios de las garras de los asesinos de su padre. Encuentra la sororidad de su amiga Rosalía, cuyos dos hijos son los únicos amigos del pequeño, escondido en el campo durante buena parte de su infancia.
La miseria, estimulada por los carteles, en el campo de Michoacán suponen el paisaje de la primera parte del metraje, aunque el encuadre de las directoras también es capaz de ensalzar la belleza natural de la zona, lo que supuso buena parte del Gran Premio del Jurado en el pasado festival de Sundance, para saltar después a los mercados e infraviviendas de la Ciudad de México, mucho más filmados en lo últimos tiempos.
Lo más loable del film es que un joven, aparentemente condenado al fracaso por el sistema, es capaz de desafiar a su destino y acabar estudiando en la Universidad Autónoma de México, no sin pocas dificultades, pero también con algunas ayudas clave. La mirada femenina nos salva esta vez de lo tráfico sin caer en lo naif. Latinoamérica necesita aferrarse a la esperanza, pues, como decía José Martí, la cultura nos salvará. Ojalá.