Escuchar una versión de «La pared», de Bambino, entre barrotes, en el otro extremo del mundo es solo la primera sorpresa de esta comedia musical carcelaria que nadie, excepto su directora, Lola Arias, se atrevió a imaginar. En esta prisión de Buenos Aires la transexualidad es regla y no excepción, las peleas son a golpe de voguing y uno se puede fiar del todo de las compañeras, aunque muy poco de las carceleras.
Se agradece la ruptura total del género carcelario, sobre el que pesan decenas de películas de atmósfera asfixiante y violenta. El ambiente fraternal, sin embargo, no se despeña hacia la ingenuidad, pues las reclusas sufren por el olvido de quiénes no acuden ya a los vis a vis, se lamentan de la reincidencia en uno y otro delito y los trans masculinos se sienten aún más marginados que las femeninas.
La puesta en escena se interrumpe con un buen número de increíbles números musicales, todos rozando lo amateur, pero tan ingeniosos como auténticos, pues podría haber sido interpretados por reclusas de cualquier taller de teatro en prisión. De hecho, se percibe la formación y experiencia escénica de su directora, que ha firmado obras de teatro como Striptease (2007), El amor es un francotirador (2008), That Enemy Within (2010), El arte de hacer dinero (2013) y Campo minado (2016).
Bien es cierto que hacia mitad del metraje todo se vuelve algo reiterativo, hasta que la trama nos desvela el truco, el por qué de su autenticidad, con un giro cinematográfico. Agradecemos la inclusión de este título en la siempre melancólica Horizontes Latinos, que ya pasó Panorama de la Berlinale, pues rara vez sale uno del Kursaal 2, donde se programan la mayoría de títulos de esta sección, con la sonrisa en la boca.