El futuro post-apocalíptico se vivirá en casas que podrían ser de Ikea pero con un toque deluxe, sin sexo y con las mínimas preocupaciones posibles. Así lo dibuja Turn me on, la segunda película del norteamericano Michael Tyburski, que ha tenido su estreno mundial en New Directors del Festival de San Sebastián. La primera fue The Sound of Silence, que participó en la competición de Sundance en la edición de 2019.
En ese futuro quizá cercano, las parejas se determinan de forma aleatoria, por supuesto, todas heterosexuales y la ingesta de una “vitamina” y algunos sueros hace sentir plenos a todos los humanos y les libra del engorroso tedio de tener relaciones sexuales.
Se agradece, por un lado, que Tyburski juegue al fin del mundo, como tantas otras veces durante la presente edición del festival, prescindiendo de todo los clichés, quizá porque solo mira dentro de estas especies de conjuntos residenciales donde se almacenan las nuevas parejas de humanos, y porque lo que más le preocupe sean las relaciones personales y no los fuegos de artificio que acostumbran a la filmación del desastre.
Por supuesto que hay una pareja que decide no tomar la medicina, e, inmediatamente, surge el deseo sexual que no habían conocido nunca, por tanto también deben aprender a relacionarse con el cuerpo del otro. La mecha prende en otras parejas cercanas y pronto se revelan cuestiones olvidadas como los celos, las inseguridades y los deseos entre personas del mismo sexo.
Es muy meritorio el buen hacer de la pareja protagonista: Nick Robinson (que ha participado en Love Simon, entre otras producciones), y, especialmente, Bel Powley (una joven actriz británica que ha desarrollado su carrera a ambos lados del Atlántico) sobre la que recaen las decisiones más complejas de guion. Agradecemos aún más a Tyburski que en esta edición de cuidados paliativos y del mundo va a desaparecer más pronto que tarde, cierre su fábula con un poco de esperanza.