El pasado martes nos dejaba Maurice Jarre a los 84 años, uno de los mejores compositores que el cine ha tenido el privilegio de disfrutar. Ganador de tres Oscar y nominado en otras cinco ocasiones, este compositor francés pero de pasaporte americano, siempre supo aprovechar las grandes oportunidades de Hollywood le brindó y sus temas siempre se distinguieron por su sensibilidad y su gran envite orquestal. Repasamos en Intermezzo su larga y fructífera carrera.
Maurice nació en 1924 en Lyon, Francia. Su aprendizaje musical fue curiosamente bastante tardío. De joven empezó a estudiar ingeniería en Sobornne, aunque no tardó demasiado en cambiar las fórmulas por los pentagramas. Contra la voluntad de su padre, se matriculó en el Conservatorio de París para cursar composición, harmonía y percusión. Comenzó a componer partituras para cine en 1951 en su Francia natal. Diez años después su carrera dio un giro de 180 grados cuando el productor Sam Spiegel le convenció para componer la banda sonora de Lawrence de Arabia (1962) que le alzó fulminantemente a lo más alto de Hollywood ganado su primer Oscar. La Academia y todo el público habían quedado hechizados por una de las más cautivadoras melodías para cine. Así comenzó el romance entre Jarre y el cine.
Al año siguiente su adaptación musical de Sibila sería nuevamente reconocida por la Academia con su segunda nominación. Así, los años sesenta fueron paseo de glorias musicales que Jarre resolvía ante la admiración perpleja del resto de músicos. Parecía imposible repetir el éxito de David Lean pero sólo dos años después de ganar el Oscar repetía Oscar por su fantástica partitura para Doctor Zhivago convirtiendo el Tema de Lara en uno de los clásicos musicales más escuchados y recordados de todos los tiempos. Los grandes directores de aquella época sucumbieron ante su talento y así compuso para Alfred Hitcock (Topaz, 1962), Lucino Visconti (La caída de los dioses, 1969) o John Huston (El hombre que pudo reinar, 1975). Pero fue a David Lean, su director fetiche, al que regaló sus composiciones más bellas como La hija de Ryan (1970) o Pasaje a la India (1984) ésta última por la que recogía su tercer y última estatuilla. En los años setenta y ochenta fue uno de los impulsores en la introducción de los sintetizadores dándole un nuevo cariz a sus partituras. La Academia le reconoció otros trabajos como Mahoma, el mensajero de Dios (1976), Testigo (1985), Ghost (1990) o Gorilas en la Niebla (1989), por la que ganó uno de sus cuatro Globos de Oro. El último, por cierto hace catorce años, por Un paseo por las nubes (1995) protagonizada por Aitana Sánchez-Gijón.
En definitiva, una gran pérdida para la música pero también para el cine en general que ha perdido a uno de sus estandartes clásicos. Sin Maurice seríamos incapaces de entender la gloria de las fanfarrias de las superproducciones de los sesenta o su poética fibra para los dramas más humanos en el celuloide. Curiosamente, sus hijos han heredado la iniciativa artistica de su padre pero en otros campos. Jean-Michel Jarre, por todos conocido, es uno de los impulsores de la música electrónica, y su hijo Ken, es guionista de filmes como Tombstone (1993).
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