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Partituras sin Oscar: ‘Memorias de una geisha’

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Memorias de una geisha (2005)
Memoirs of a geisha (2005)

Nota: 9,5/10

Compuesta, producida y conducida por:
John Williams
Duración: 61:11
Sello: Sony Classical
Fecha de lanzamiento: 22 de noviembre de 2005
Disponibilidad: A la venta en edición física en la distribución habitual. Su digital se puede adquirir en Amazon y en iTunes.



Década 2000-2010.
Entrega 2/7 del reportaje ‘Partituras sin Oscar

Memorias de una geisha fue una de las adaptaciones más esperadas del decenio pasado. La exitosa novela de Arthur Golden fue trasladada a la gran pantalla por el director (y mejor coreógrafo) Rob Marshall, cuya única referencia eran los seis Oscars cosechados por Chicago y el cual todavía no se había estrellado con la bochornosa Nine. La historia de Sayuri, una desgraciada maiko (aprendiz de geisha) en los albores de la Segunda Guerra Mundial, fascinó a medio planeta por su historia de amor inmortal y sus tradiciones tan ajenas a la sociedad occidental. La película es todo un éxito en lo relativo a su presentación visual: los planos, la resolución de escenas, la iluminación, el sonido, todo se conjuga con una belleza exquisita. Sin embargo, el refinado espíritu de la cinta no consiguió compensar un guión sorprendentemente endeble y unas interpretaciones desconcertantes. Marshall intentó hacer la película accesible para el público norteamericano, y por ende, para toda la sociedad europea, pero acabó por envenenar el alma de la verdadera historia que subyacía las páginas de Arthur Golden.

La polémica elección de actrices chinas (Zhang Ziyi, Gong Li, Michelle Yeoh) para los papeles de Sayuri, Hatsumomo y Mameha, respectivamente, suscitó una (justificada) polvareda tanto en China como en Japón. En China, se prohibió su exhibición, un gesto poco significativo en un país donde el mercado se encuentra en la venta ilegal, un contexto en el que se vende sin ninguna traba. Zhang Ziyi generó cierto rencor en la prensa local por «venderse» para interpretar a una japonesa y así desafiar la vieja inquina histórica de la segunda guerra sino-japonesa, contexto en el que transcurre la historia de Sayuri. En Japón no daban crédito a que se contratasen a chinas para interpretar los retratos de uno de sus iconos folclóricos. Marshall cometió la mayor de las estupideces  pensando que los occidentales no sabemos diferenciar entre chinos y japoneses. El resultado puede ser aceptable para alguien que no esté muy en contacto con estas comunidades, pero no deja de ser un insulto de proporciones descomunales. El hecho de que además se rodara en inglés y que cada una de las actrices intente camuflar su acento pone a prueba cualquier intento de sumergirse en la historia. Con todo, este despropósito no logró estropear del todo una cinta que tiene una de las puestas en escena más fascinantes de los últimos años. Y no lo digo por la magistral fotografía onírica de Dion Beebe, probablemente la mejor que ha tenido una película en los últimos veinte años, o por los sobrecogedores escenarios o el profuso vestuario de yukata y kimono de Collen Atwood, sino por la dirección, a veces magnífica, de Rob Marshall que aplica la teatralidad de las artes japonesas a la cámara, dando significado a las oyika (casas de geishas), chaya (casas de té) y ryotei (restaurantes) de Gion, en los que mostraban sus habilidades con el sodo (ceremonia del té) o sus aptitudes coreográficas. El mejor ejemplo de ello es la hipnótica escena del baile de nieve.

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Suenan ‘The Journey to the Hanamachi’, ‘Sayuri’s Theme’, ‘Going to School’, ‘Brush on Silk’ & ‘Finding Satsu‘.

La cinta consiguió tres merecidísmos Oscars (fotografía, dirección artística y diseño de vestuario), más otras tres nominaciones a la música original, montaje y mezcla de sonido. Con ello, se convirtió junto a Crash, Brokeback Mountain y King Kong en la película más premiada de aquel 2005. A punto estuvo Zhang Ziyi de ser nominada a la mejor actriz, ya que compitió en prácticamente todas las entregas de premios anteriores (BFCA, Globos de Oro, SAG, BAFTA), pero Keira Knightley le quitó la plaza en el último segundo por Orgullo y prejuicio. Memorias de una geisha supuso además la cuadragésimo quinta nominación a los Oscars del maestro John Williams. El 2005 fue de algún modo el año de su despedida. Compuso otras tres partituras: La guerra de los mundos y Munich, ambas de Steven Spielberg, y La guerra de las galaxias, episodio III: La venganza de los Sith, de George Lucas. Pese a haber ganado holgadamente el Globo de Oro y el BAFTA con Memorias de una geisha, sorprendentemente perdió el Oscar. Con toda seguridad, mucho tuvo que ver el hecho de que también estuviera nominado por Munich, que peleaba por la mejor película del año. El caso es que cuando Salma Hayek pronunció el nombre del argentino Gustavo Santaolalla se perpetró uno de los desaciertos más deshonrosos de la historia de estos premios. No sólo porque Memorias de una geisha sea una pieza de orfebrería musical, delicada, sublime y reconocida, sino porque además aquella era una de las últimas (sino la última; ya veremos con Tintín) de premiar al maestro antes de que nos deje. La escasísima y ramplona ¿partitura? de Brokeback Mountain se llevó el gato al agua gracias también al desconcertante entusiasmo manifestado por algunos afamados compositores latinos como Alberto Iglesias, que no dudó en expresar su preferencia por el argentino frente a la Geisha de Williams.

John Williams (Nueva York, 1932) nunca había mendigado un proyecto. Siempre ha elegido sus películas según las ofertas que le hacían y con la condición de no entorpecer su trabajo en exclusiva para Steven Spielberg y George Lucas. La novela de Memorias de una geisha le cautivó de tal manera que envió un ejemplar al chelista Yo-Yo Ma, invitandole a soñar con una partitura si algún día se hacía la película. Cuando Rob Marshall inició la tarea de poner en marcha la adaptación al cine, John Williams no se lo pensó dos veces y llamó al director para ofrecerle sus servicios. De algún modo la película fue el último gran reto del músico, una última oportunidad de romper olas, como en los viejos tiempos. Controlando hasta el último detalle de la grabación, Williams modeló una ecuación de bellísimas piezas que serían interpretadas por orquesta y solos de varios instrumentos de Occidente y Oriente.

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Suena ‘The Rooftops of the Hanamachi’, ‘The Chairman’s Waltz’, ‘Chiyo’s Prayer’ & ‘Becoming a Geisha’

La partitura está constituida por una serie de suites que el maestro modula para adaptarse de forma asombrosa a las imágenes. El tema de Sayuri (‘Sayuri’s Theme’) es el aglutinante de toda la película: explica el devenir y la soledad de la protagonista, ejecutado hermosamente por un solo de chelo de Yo-Yo Ma, que ya había colaborado con el maestro en Siete años en el Tíbet. Uno de los mejores cortes, ‘Becoming a geisha’, versiona este solo con toda la instrumentación japonesa y un impávido ritmo, para retratar el florecimiento de Chiyo a Sayuri. El otro hallazgo instrumental es el violín de Ithzak Perlman, quizás el otro cuerdista más internacional, que ya trabajó con Williams en La lista de Schindler, y cuya misión consiste en clavar el espíritu caballeresco, exótico y misterioso del Presidente (Ken Watanabe). Perlman lo consigue gracias al vals triste que Williams le brinda en el corte ‘The Chairman Waltz’. Otros solos notables son los atribuidos a instrumentos asiático-orientales como el de la flauta de bambú de Masakazo Yoshizawa, el koto de Masayo Ishigure and Hiromi Hashibe y el erhu de Karen Han.

Si los solos instrumentales de estos personajes son sobrecogedores, el resto de cues que sostienen la precisa maquinaria musical es igualmente extraordinario. Desde ‘As the water’ con ese precioso tempo a cuerda, la adictiva verbena instrumental  ‘Going to School’ o ‘The Fire Scene and The Coming of War’ con un conciso uso de percusión y cuerdas que, junto con la excelente aportación vocalista del lamento japonés ‘Ogi No Mato’, retratan la angustia del desenlace. El único reparo que se le podría poner a esta partitura es la utilización de determinadas pautas rítmicas e instrumentales de China, y no de Japón. En cualquier caso, es perdonable, porque esta preciosidad musical es una de las partituras más hermosas de la primera década del nuevo milenio y, pese a que en su día no gozó de la reputación que mereció, los años empapan de admiración cada uno de sus pentagramas.

LO MEJOR: Todo.

LO PEOR: Prácticamente nada. Quizás la introducción de pequeños elementos y pautas musicales chinas, que no japonesas.

EL TEMA:
Todos.

Pistas

01. Sayuri’s Theme
02. The Journey To The Hanamachi
03. Going To School
04. Brush on Silk
05. Chiyo’s Prayer
06. Becoming a Geisha
07. Finding Satsu
08. The Chairman’s Waltz
09. The Rooftops Of The Hanamachi
10. The Garden Meeting
11. Dr. Crab’s Prize
12. Destiny’s Path
13. A New Name… A New Life
14. The Fire Scene And The Coming of War
15. As The Water…
16. Confluence
17. A Dream Discarded
18. Sayuri’s Theme and End Credits