Peter Jackson se enmienda en ‘El Hobbit. La desolación de Smaug’

El término adaptar implica cambio. De ahí que no termine de entender comentarios como “es que no es igual que en el libro/cómic” cuando a la salida de una proyección el espectador A le pregunta al espectador B si le ha gustado la película. Lo importante es que el resultado funcione. Dicho esto, La desolación de Smaug convence como película. Es divertida (más que la primera) y Peter Jackson ha conseguido solucionar algunos de los problemas que tuvo con Un viaje inesperado, en la que se empeñó en repetir la escena del cumpleaños de Bilbo que ya había rodado para El señor de los anillos y se recreó en un prólogo excesivamente largo.

En esta segunda entrega no tropieza con la misma piedra y va directamente al grano interponiendo un problema tras otro a los trece enanos y el hobbit que conforman la expedición que pretende recuperar el reino bajo la Montaña Solitaria de las garras de Smaug. De esta manera, el ritmo se mantiene y los 169 minutos que dura no se hacen eternos.

Lo mejor de La desolación de Smaug son algunas de las escenas, diseñadas al segundo, y la aparición de los nuevos personajes (algunos, no todos). La escena de la huida del Bosque Negro en barriles por parte de los enanos escoltados por las flechas de los elfos derribando orcos con la agilidad pasmosa y la puntería que les caracteriza está muy bien resuelta. Como lo está el encuentro entre Bilbo y Smaug, en el que, por fin, se desvela la apariencia completa del dragón ideado por Tolkien y la gran atracción de esta segunda entrega. Su voz, la del monstruoso escupefuego, es la de Benedict Cumberbatch, quien hace doblete interpretando también al nigromante.

En cuanto a los personajes, es posible que los más puristas no sepan perdonar a Peter Jackson la osadía de haberse inventado a Tauriel (Evangeline Lilly) y haber introducido un triángulo amoroso en la historia, que, todo sea dicho, tiene su gracia. La vuelta a la Tierra Media de Orlando Bloom como Légolas estaba más justificada, aunque sin aparecer su personaje en el libro, y ha sido menos criticada de partida. Entran en escena otros como el rey de los elfos del Bosque Negro y padre de Légolas Thranduil (Lee Pace; Bardo el arquero (Luke Evans); el Gobernador de Esgaroth (Stephen Fry) y orcos como Azog y Bolgo, que ganan peso en esta segunda parte. Todos con presentaciones muy teatrales.

De Bilbo Bolsón (Martin Freeman), Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage) y Gandalf (Ian McKellen) nada se puede decir que no se dijese en la primera. Al mago se le conoce de sobra porque esta es la quinta vez que se adentra en los misterios de la Tierra Media. De sus compañeros de viaje, repetir que son un acierto de casting y que en La desolación de Smaug se conoce un poco más del ingenio de Bilbo y la nobleza de Thorin, aunque ambos tengan sus puntos débiles.

La gran pregunta una vez vista y disfrutada La desolación de Smaug es cómo se las va a apañar -aunque técnicamente ya lo ha hecho- Peter Jackson para hacer una tercera entrega con las pocas páginas de El Hobbit que le quedan por contar en la pantalla. Sin duda va a ser un ejercicio de maestría o todo un desastre, según lo haga, en eso de estirar la historia y rellenarla con anexos y apéndices de El señor de los anillos. Aunque, a su paso por Madrid Richard Armitage ha dado una pista. La batalla de los cinco ejércitos puede ser la respuesta.