Este año, la categoría de dirección artística no cuenta con ninguna película de ambientación contemporánea, lo que demuestra que las reconstrucciones de época siguen siendo las más valoradas por los académicos. Curiosamente, la horquilla temporal de 1910-1940 concentra cuatro de las cinco nominadas, entre las que encontramos dos recreaciones muy personales del París de entreguerras.
The Artist. Diseño de producción de Laurence Bennett; decorados de Robert Gould
Laurence Bennett recibe su primera nominación al Oscar, aunque en 2006 disfrutó de cierta notoriedad gracias a su trabajo para Crash. Le acompaña el diseñador de decorados Robert Gould, que en 2003 ya fue a los Oscar por su labor en Master and commander: Al otro lado del mundo. Sin embargo, la creación que han llevado a cabo para The Artist, como casi todo lo referente a esta película, no se parece a nada que hayamos visto en ninguna otra cinta de 2011. A las dificultades añadidas que tiene rodar en blanco y negro (los volúmenes y colores se convierten en una cuestión altamente delicada), Bennett puede añadir una muy notable recreación del Hollywood de finales de los veinte, esa ciudad entre fantasmal y fastuosa cuyas miserias, mansiones y espacios vacíos forman parte de la memoria de todos gracias a ejercicios tan notorios como El crepúsculo de los dioses o ¿Qué fue de Baby Jane?. Los decorados, las localizaciones y los interiores son verdaderamente exquisitos, aunque sus toques maestros llegan en espacios como el cine donde arranca la película, que en su grandeza y barroquismo da una idea de lo que supuso la época dorada del cine mudo. El resto son delicados toques art déco, sabias composiciones geométricas (colosal escalera donde se produce el simbólico encuentro entre el galán en decadencia y la diva en ascenso) y verdaderos toques de maestría. Sin duda, el trabajo más desafiante y sutil de los que compiten.
Harry Potter y las reliquias de la muerte – Parte 2. Diseño de producción de Stuart Craig; decorados de Stephenie McMillan
Ésta será la última oportunidad de que el equipo formado por Stuart Craig y Stephenie McMillan gane un Oscar por su trabajo en la creación del fascinante universo plástico de la saga de Harry Potter, que ahora llega a su fin. Hay que recordar que Craig ya se llevó a casa la estatuilla en tres ocasiones: en 1983 por Ghandi, en 1989 por Las amistades peligrosas y en 1997 por El paciente inglés. Su creación para la saga infantil más icónica de la última década es sin duda responsable de un mundo visual que se quedará en nuestras retinas durante mucho tiempo: una equilibrada mezcla entre sensibilidad victoriana, austeridad, magia y espectacularidad. Suyos son los imponentes escenarios donde se desarrollan las batallas, la severidad romántica de Hogwarts y un sinfín de escenarios que constituyen un derroche de imaginación y una aportación incomparable al imaginario colectivo. Sólo eso bastaría para hacerles merecedores de un premio que ya se les ha resistido en tres ocasiones, aunque este año la competencia es dura.
La invención de Hugo. Diseño de producción de Dante Ferretti; decorados de Francesca Lo Schiavo
Nos encontramos ante dos de los nombres más respetados de la industria. El tándem Ferretti – Schiavo tiene en su haber dos Oscars (Sweeney Todd en 2008 y El aviador en 2005) y su currículo cuenta con varios títulos que inspiran auténtica reverencia. Y todo indica que su trabajo en La invención de Hugo es uno de los favoritos de este año gracias a su majestuosa evocación del París de los años treinta. En lugar de reconstruir fielmente lugares y espacios existentes, ha preferido dar forma a un París onírico, una amalgama de referencias visuales, objetos auténticos (parte del mobiliario ha salido directamente de los anticuarios y mercadillos parisinos) y espacios muy significativos, como ese techo acristalado que parece pariente cercano de la buhardilla de Sweeney Todd. La estación de ferrocarril, por ejemplo, es una síntesis de varias estaciones parisinas de la época y ha sido diseñada para proporcionar una sensación de grandiosidad que encaja a la perfección en la mirada alucinada de la narrativa fantástica.
Midnight in Paris. Diseño de producción de Anne Seibel; decorados de Hélène Dubreuil
Casualmente, Midnight in Paris comparte ciudad y casi época con La invención de Hugo. Anne Seibel, que se encargó de la espléndida dirección artística de María Antonieta, vuelve a fusionar historicismo y contemporaneidad para dar rostro a esta historia que se mueve a caballo entre dos épocas. De su recreación del París de los años veinte nos quedamos con algunos espacios realmente logrados. Uno de ellos es el salón de Gertrude Stein, inundado por obras de arte de vanguardia, sutilmente iluminado, consiguiendo un curioso equilibrio entre el gabinete de un coleccionista y el espacio donde transcurre la vida doméstica de su protagonista. También destaca la sala donde tiene lugar la primera incursión del protagonista en los círculos artísticos de la época. En ese sentido, algunos toques art déco son el elemento más señalado y original de este trabajo, que huye de los tópicos modernistas para sumergir al espectador en una época que también es convulsa desde el punto de vista estético. Los escenarios contemporáneos son totalmente reales, quizás excesivamente estilizados y tópicos, pero también es cierto que desde Amélie resulta muy difícil reflejar el París romántico sin caer en lugares comunes.
War Horse (Caballo de batalla). Diseño de producción de Rick Carter; decorados de Lee Sandales
Rick Carter arrasó en los premios de 2010 gracias a su impecable e imaginativa labor para Avatar y desde hace años ha colaborado con Spielberg en la creación de algunas de sus películas más aplaudidas. Carter ha afirmado en numerosas ocasiones que le interesa especialmente el mundo visual de la Primera Guerra Mundial y que lleva años obsesionado con los Desastres de la guerra, de Goya. En War Horse, esta violencia plástica de rasgos verdaderamente dantescos contrasta con las grandiosas localizaciones. La película ha sido rodada principalmente en el condado inglés de Devon y Carter ha decidido dar al paisaje la relevancia que merecía, empleando la naturaleza como una metáfora del difícil equilibrio entre la vida y la muerte. El resultado, sin duda, es espectacular, y acomoda con facilidad el tono épico y romántico que destila la historia. Respecto a los aspectos históricos, su proceso de documentación resulta intachable, y recrea con eficacia el sentido trágico que caracterizó a una guerra que marcó el fin de una época y el crepúsculo de un modo muy peculiar y heroico de entender los conflictos bélicos.