Hace dos años un título de género traspasó las fronteras de los festivales temáticos y causó una grata impresión entre la crítica, llegando a aparecer en muchas listas de lo mejor del año. Se trata de la sueca Déjame entrar, adaptación del libro de John Lidqvist que llevó a la pantalla con gran acierto el director Tomas Alfredson. Hollywood, en tiempo récord, arrancó la producción de un remake que se estrena hoy dirigido por Matt Reeves (Monstruoso) y protagonizado por los excelentes Chloe Moretz (Kick-Ass) y Kodi Smit-McPhee (La carretera).
Para los que desconozcan el argumento de la película, ésta narra la amistad entre Owen, un niño acomplejado y solitario (Smit-McPhee), y Abby, una misteriosa vecina recién llegada a su edificio (Moretz) acompañada por un hombre mayor (un muy correcto, como siempre, Richard Jenkins). El guión, adaptación el propio Reeves del texto de Lindqvist, que ya guionizó su propio libro para la versión sueca, difiere muy poco del film original, simplificando ligeramente el texto de base, reduciendo el número de personajes (aunque incluye el del policía que sí aparece en el libro, interpretado aquí por el gran Elias Koteas) y otorgándole más ritmo, como demandan los estándares de la industria estadounidense, con lo que pierde así parte del tono reposado que caracterizaba la película de Alfredson.
Lo que en el film sueco quedaba más abierto a la interpretación, aquí nos lo intentan dar más masticado, perdiéndose así en parte el halo de misterio que rodea al personaje de Abby y su relación con su «padre». El orden de algunas secuencias está alterado con respecto a la película original, pero nada que aporte una diferencia sustancial de significado o de ritmo. Se nota, eso sí, un mayor despliegue de medios, por ejemplo, en la resolución de la escena del personaje de Richard Jenkins en el coche, que Reeves dirige de una manera visualmente impactante.
La fotografía de Greig Fraser es notablemente más oscura que la del original, lo que hace que algunas secuencias pierdan algo de fuerza, como sucede en el famoso desenlace en la piscina. Por otra parte, la banda sonora del recientemente oscarizado Michael Giacchino es a la vez dulce e inquietante, pero mantiene los rasgos característicos del compositor y logra que nos olvidemos de la excelente partitura de Johan Söderqvist.
Salvando las pequeñas alteraciones en el orden de las secuencias y esa tendencia a la sobreexplicación, en el fondo, el remake estadounidense de Déjame entrar es argumental y visualmente tan parecido al original que nos preguntamos hasta qué punto era necesario esta nueva versión, como hace unos años nos lo preguntamos con el nuevo Funny games que Haneke rodó en EE UU. Pero si algo salva esta nueva visión de la historia es la aportación del reparto, principalmente la labor de Moretz y Smit-McPhee, dos de los mejores actores infantiles de la actualidad, que saben dotar a Owen y a Abby de la fragilidad y la inquietud que acompañan a ambos personajes.
Sólo por ver el trabajo de ellos dos merece la pena pagar la entrada de la película que, sin mancillar el trabajo de Alfredson, tampoco aporta ninguna lectura nueva e interesante y se une a la lista de remakes que están realizados única y exclusivamente para el espectador estadounidense, que se niega a ver cine extranjero y subtitulado.