CRÍTICA: 'El equipo A' fracasa en su misión

CRÍTICA: ‘El equipo A’ fracasa en su misión

CRÍTICA: 'El equipo A' fracasa en su misión

A la larga lista de películas basadas en series de televisión se une ahora –y ya tardaba- El equipo A, una de las emisiones más características de los ochenta. Su muy desafortunado viaje a la gran pantalla está comandado por Joe Carnahan, que ha dirgido y coescrito la cinta, así que asumamos que suya es la responsabilidad no sólo de ser incapaz de actualizar el original sino de encallarlo a medio camino, en plenos noventa, con una aburrida, machista y fascistoide sucesión de tiros y bombas.

Porque el principal pecado de este Equipo A es que aburre a las ovejas. Nada en sus dos horas de metraje resulta estimulante o emocionante ni ofrece el menor suspense. La narración arranca con una larga introducción previa a los títulos de crédito en la que se presenta a los personajes a lo largo de una operación del ejército de EE UU contra el narcotráfico en México. Lo único bueno que se puede decir de este planteamiento es que es una macarrada, como lo era la serie original. Pero es una macarrada cara, venga explosiones, localizaciones, helicópteros y estrellas de Hollywood. Y cuando a una macarrada se le quita la pátina cutrilla de un episodio televisivo y se le meten los cien millones de dólares de una gran producción, la cosa chirría por los cuatro costados.

La presentación sólo sirve para dos cosas: para que Sharlto Copley, al que ya admiramos en District 9, se dedique a robar planos en el papel de Murdock; y para que se deshagan de la furgoneta negra con una banda roja de la que M.A. no se separaba nunca. A decir verdad, ésta es la única actualización que propone el guión. Porque llevarselos después a Irak para plantear que son veteranos de la Guerra del Golfo en lugar de la de Vietnam no es actualizar, es hacer una tachadura en el guión y escribir una nota por encima.

En Irak se incorpora el personaje de Jessica Biel, que interpreta a una capitana exmujer de Fénix, que les acusa de robar nosequé macguffin. Hemos hecho un esfuerzo por recordar de qué se trataba sin éxito alguno. Así de interesante resulta la trama. Sí merece la pena detenerse en el personaje de Biel, una actriz bastante solvente, que aquí se ve empujada a un callejón sin salida. Carnahan ha querido con este personaje airear el ambiente, a ver si desaparecía el tufillo machista tan habitual hace 20 o 30 años en este tipo de producciones, pero el remedio ha sido peor que la enfermedad. Mientras que los soldados desplegados en Irak van –como es propio- cubiertos de polvo, sin afeitar y vestidos de camuflaje, la capitana aparece siempre radiante, impoluta, luciendo pelo de seda, con blusas blancas inmaculadas que se ciñen convenientemente al pecho. Es, eso sí, una mujer dura, resuelta y, sobre todo, fiel como una roca a sus principios. Y así se mantiene durante todo el metraje hasta que, ¡ay!, Bradley Cooper se le acerca en un ascensor y le ofrece volver a ser su mujercita. De un plumazo desaparecen sus ideales, su fortaleza y su espíritu de servicio a la patria y no queda más que un estereotipo falso y vergonzante que sólo puede ser obra del machismo más recalcitrante.

Más allá de eso, la película construye su discurso haciendo que a una escena de acción espectacular le suceda otra más espectacular todavía. Tanto es así que la traca final consiste en decenas de contenedores de carga marítima volando por los aires cual confeti. Este planteamiento de “no se vayan todavía, que ahora viene lo mejor” está absolutamente trasnochado; se corresponde a un momento en el que los efectos especiales mejoraban por meses, de manera que cada vez que uno iba al cine salía asombrado de lo que habían conseguido. Pero desde el hundimiento del Titanic, las cosas han cambiado y los efectos ya no son tanto para volar buques sino para crear mundos enteros (El señor de los anillos, Avatar, y también El día de mañana o 2012). Así que las buenas cintas de acción en los últimos tiempos –sirva la saga de Bourne como máximo exponente- han recordado que para construir el clímax no hay nada como la tensión dramática. Ni una pizca de este ingrediente hay en El equipo A. Su visionado es un viaje en el tiempo, pero no a los encantadores y naives ochenta, sino a lo más feo y aburrido de los noventa.