CRÍTICA: 'Héroes', la película de una generación

‘Héroes’, la película de una generación

El cine español tiene grandes prejuicios ante lo sentimental. Por eso sorprende y alegra que Pau Freixas haya realizado una apuesta tan personal, sensible y emotiva como Héroes, un relato excesivo y sublimado de los recuerdos de infancia. Es una película que exige al espectador tomar una decisión: sucumbir de una subida de glucosa o de un ataque de nostalgia. Si opta por la segunda, tendrá la extraordinaria ocasión de revivir ese verano de plena y efímera felicidad.

La voluntad confesa de Freixas y su coguionista, el siempre sensible Albert Espinosa, es reivindicar la ingenuidad y la inocencia los ochenta frente a este arranque de siglo, tan marcado por el cinismo. Para ello han recurrido a un planteamiento de todos conocido: la historia de un verano que cambiará las vidas de un grupo de chavales (Ferran Rull, Mireia Vilapuig, Alex Molner, Marc Balaguer y Joan Sorribes), en el momento justo antes de convertirse en adolescentes. Destaquemos, antes de continuar, al espléndido reparto que incorpora a los adultos: Lluís Homar, Emma Suárez, Anna Lizaran, Elsa Anka y Constantino Romero.

Pero la trama no es lo único de Héroes que resultará conocido para el espectador. La película cita tanto textual como indirectamente a grandes iconos de la generación que ahora tiene treintaitantos: Los Goonies y Cuenta conmigo están muy presentes desde el propio cartel, pero también asoman E.T., La historia interminable y nuestro Verano azul. Para ello, Freixas no sólo extrae algunos planos de ellas (el robo de unos tablones en un cobertizo está sacado de Los Goonies, el personaje de la abuela de uno de los niños es paralelo al de la Julia de Verano azul e, incluso, vemos al protagonista montar en bicicleta por delante de una enorme luna llena), sino que recrea su estética, su fotografía y su música; y para colmo ha conseguido a un actor que es el vivo retrato de Corey Feldman. Nos atrevemos a rizar el rizo viendo en la secuencia de un bólido rodando por una amplia ladera, un guiño a Lost, la serie que ha devuelto a la infancia a esa misma generación.

CRÍTICA: 'Héroes', la película de una generaciónYendo un poco más lejos, Feixas y Espinosa han rebuscado en películas sobre situaciones similares pero de generaciones diferentes, muy especialmente en Matar un ruiseñor, de donde a buen seguro nacen tres de los personajes de la cinta: la niña recuerda a la inolvidable Scout, el pringadillo del grupo tiene mucho del redicho Dill (inspirado a su vez en Truman Capote) y el misterioso dueño del bar es un trasunto de Boo Radley. O, incluso también en Sonrisas y lágrimas, de donde toma la escena en que la familia Trapp se esconde de los nazis detrás de las lápidas del cementerio.

Hay una segunda trama argumental en Héroes (primera por orden de aparición): un ejecutivo de publicidad (el siempre impecable Álex Brendemühl) recoge en su coche a una autoestopista (Eva Santolaria, que crece increíblemente como actriz en esta película), que le mete en un buen lío. Son ellos quienes traen a colación los recuerdos de ese verano. Enseguida entendemos que ella es la misma niña que 20 años atrás, pero cuesta averiguar cuál de aquellos chavales será hoy este tipo tan encorsetado. Son ellos los que evocan esos recuerdos y como tales aparecen en la pantalla. No entran como un flashback al uso, sino tan exagerados, sublimados, exacerbados e idealizados como todos los adultos tienen sus memorias de infancia. Es lo mismo que hacía Clint Eastwood en Los puentes de Madison: narrar una historia no como fue, sino como su protagonista recuerda que fueron aquellos momentos que le marcaron para el resto de su vida. Por eso a Héroes hay que asomarse sin complejos, dejando que el niño se imponga al adulto, permitiendo que cada secuencia traiga de golpe viejas sensaciones, olores, emociones… De no hacerlo así, la música plagada de violines y los giros melodramáticos no pueden producir otra cosa que empalago.

En definitiva, Héroes lo tiene todo para convertirse en una película capital para toda una generación. Más allá de su calidad cinematográfica, viene a llenar un vacío sentimental. Cuando se produce ese milagro en una proyección, todos volvemos a comprender por qué nos gusta el cine.

[Nota: Este texto es una versión revisada de la crónica publicada en TÍO OSCAR con motivo de su paso por el Festival de Málaga]

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