Pesadilla en Elm Street - EL origen

CRÍTICA: ‘Pesadilla en Elm Street – El origen’, sueños sin alma

Pesadilla en Elm Street - EL origenMichael Bay, a través de su productora Platinum Dunes, lleva unos cuantos años cogiendo clásicos del cine de terror reciente (Viernes 13, La matanza de Texas) para adaptarlos a las nuevas generaciones de internet, los teléfonos móviles y el miedo al sexo. La última versión que llega a nuestros cines, Pesadilla en Elm Street: El origen, sigue esa misma estela pero, a pesar de homenajear al clásico de Wes Craven, falla a la hora de dar continuidad al espíritu de Freddy Krueger.

Para quien aún no lo sepa, Pesadilla en Elm Street se centra un grupo de jóvenes que comienzan a tener la misma pesadilla, en la que un misterioso hombre con la cara quemada, un jersey a rayas verdes y rojas y un guante con cuchillas por dedos amenaza con matarles. A lo largo de la película descubrirán que todo tiene relación con su infancia y algo que hicieron sus padres y por lo que ellos están pagando.

Ya desde la primera escena nos damos cuenta de que la opción del director Samuel Bayer, curtido en el mundo del videoclip, es la del susto a base de efectos de sonido, en lugar de intentar crear una atmósfera angustiosa y sumergir al espectador en ella. De la película original no nos queda nada más que el nombre de la protagonista, Nancy, y un par de secuencias: la de la bañera (muy pobremente resuelta) y la del asesinato en la cama que, a pesar de contar con mejores efectos especiales, no consigue el impacto que logró el clásico de 1984.

Otro error muy grande en la película es el reparto. A pesar de lo excelente actor que es, Jackie Earl Haley no consigue imprimir a su Freddy Krueger la maldad que el personaje requiere, por varios motivos. El primero es un maquillaje que le deja casi inexpresivo y que además el director pretende ocultar con la fotografía durante los dos primeros tercios de la película, pero sin conseguir despertar misterio alguno en el personaje. El segundo es un fallo del guión que intenta jugar con la posible inocencia del personaje, algo completamente ajeno a su esencia y que, en lugar de darle fuerza, tan sólo es una pérdida innecesaria de metraje en algo que el espectador sabe que no va a prosperar.

El reparto de jóvenes tampoco ayuda: los televisivos Thomas Dekker (Las crónicas de Sarah Connor), Kyle Gallner (Veronica Mars), Katie Cassidy (Harper’s Island) o Rooney Mara (próximamente en La red social) aportan cero carisma a sus personajes y, por supuesto, ningún interés en la parte romántica o dramática del relato.

Pero no todo van a ser pegas: la puesta en escena funciona en ocasiones (cuando Bayer no abusa de los efectos sonoros) y la dirección artística le da cien vueltas a lo anteriormente visto en la serie, gracias a un presupuesto más elevado. Y en el último tercio de la película, cuando el guión juega con el insomnio de los personajes, que no saben si están despiertos o dormidos, el director lo resuelve visualmente con nota, haciéndonos partícipes de ese descenso a la locura.

Por otra parte, es bastante curioso cómo han cambiado las cosas en 25 años. En el clásico de Craven los personajes tenían relaciones sexuales y eran más desinhibidos. Ahora lo que se lleva es el rollo emo, apocado, asexuado. La primera Pesadilla… era más física, más palpable. Ya jugaba con esa idea en la que se centró después Scream de que si practicas sexo tienes más posibilidades de morir en una película de terror. Ahora, en la era de internet, los teléfonos móviles, la individualidad y el miedo al sexo opuesto, todo queda mucho más aséptico.

En resumen, cuando Pesadilla en Elm Street: El origen podía haber sido un relanzamiento de la franquicia como todos los fans esperábamos, con dinero, buenas ideas y posibilidades de futuro, se queda en un experimento fallido, con errores de reparto y fallos de guión que, aunque está por encima de las últimas entregas de la saga gracias a su factura, no cumple a la hora de recuperar a uno de los mitos más terroríficos de los 80. Tendremos que esperar a otro reboot en unos años, a ver si dan con la fórmula mágica.