Anonymous

De la catástrofe natural a la catástrofe argumental

Anonymous
Roland Emmerich levanta tantas pasiones como odios. Desde que Soldado Universal le pusiera en el frente de los directores hollywoodienses de blockbusters, la carrera del alemán ha ido viento en popa, tomando las riendas de proyectos cada vez más ambiciosos circunscritos al género de acción y catástrofe natural que tan bien ha demostrado defender en pantalla.

Tras la magnánima, académica y formal 2012, Emmerich hace un alto en el camino y se compromete con un proyecto que, a priori, dista bastante de lo que nos tiene acostumbrados: Anonymous, una película de época que plasma en pantalla las teorías que durante siglos se han debatido entre académicos y escritores sobre la verdadera identidad del escritor de las obras que tradicionalmente se le atribuyen al dramaturgo William Shakespeare. La aparición del primer tráiler de esta marcianada generaba unas expectativas dignas de placer culpable, pero una vez visto el resultado, solo cabe lamentarse sobre lo que pudo ser y no fue.

Y es que Anonymous, que, como cabría esperar tiene poco de castastrofista (más allá de la catástrofe literaria que supondría la confirmación de las teorías que maneja) y cinta de acción, ya no solo se aleja de la filmografía de Emmerich en cuanto a género, sino en cuanto a narrativa. Está claro que el director de Godzilla se maneja mejor cuando tiene entre manos una historia quizá poco elaborada argumentalmente, lineal y causal, como hemos podido comprobar en muchas de sus películas que suponen entretenimientos muy eficaces sostenidos en guiones construidos con muy pocas piezas.

En Anonymous no solo la historia es más compleja, sino que existe un entramado de relaciones, tramas e identificaciones que el director no ha sabido explicar en pantalla. El desconcierto al que se somete al espectador de estas intrigas palaciegas de poca monta solo se ve salvado por la presencia en pantalla de un reparto que sí entiende de historias de época, que sabe a lo que se enfrenta, y que interpreta de manera más que correcta los papeles asignados. Destacan de entre todo el reparto la siempre eficaz y maravillosa Vanessa Redgrave, claro; y un sorprendentemente evolucionado interpretativamente Rhys Ifans, que se aleja de los personajes más frívolos y superficiales de su carrera para armar un Earl de Oxford consistente, altivo y con mucha presencia escénica.

Resulta curioso, ya no sabemos si por parte de director o guionista, que una teoría que aparentemente han defendido durante tantos años muchas personalidades, tenga tan poca consistencia argumental y resulte una farragosa narración cuando a priori es un tema que puede tener un calado importante en la conspiranoia imperante en nuestros días. Así pues, cabe destacar el fracaso de la puesta de largo oficial de esta teoría que, ante el batiburrillo explicativo y argumental, quedará en agua de borrajas y ni siquiera dará pie a encender ningún debate.

Por abandonar un poco el terreno narrativo, la técnica en la película es, como no podría ser de otra forma, impecable, verosímil y con gran potencial que hace que en determinados momentos de ostentación, como los planos aéreos del Londres del siglo XVI, las panorámicas imposibles de la ciudad o la quema de un teatro, jueguen a darnos pequeñas perlas de Emmerich que luego, como se comprobará, quedan en nada.

En definitiva, una importante y potencialmente interesante propuesta que, bien por desconocimiento o bien por no ser las personas adecuadas para llevarla a cabo, queda en un mejunje extraño de informaciones y discurrir narrativo envuelto en un continente más que aceptable, pero que a la hora de la verdad, se queda en evidencia y se desvencija por sí mismo.