Llega a España la segunda película de David Oelhoffen, Lejos de los hombres, protagonizada por Viggo Mortensen y Reda Kateb, en la que se retrata la lucha de dos hombres por liberarse de sus respectivos destinos. Dos personajes unidos por la casualidad y que verán como sus caminos corren en paralelo a pesar de sus diferentes orígenes. Una Argelia en el periodo de preindependencia sirve como marco para esta aventura.
La película se mueve a medio camino entre el drama histórico y la buddy movie, decantándose en última instancia por esta última. Y es precisamente ahí cuando la película naufraga. El lazo con los protagonistas no es tan fuerte como debiera; ni el dibujo de los mismos es lo suficientemente esmerado como para que su conexión funcione. Aún así, la cinta parte de un guión honesto y elegante, nada rocambolesco, que confía en los pequeños gestos más que en las grandes hazañas para resaltar la improbable relación entre estos dos caballeros.
Un profesor francés en Argelia, que es francés para unos y árabe para otros; y un acusado de asesinato que planea impedir el cumplimiento de la ley islámica. El problema es que el drama de estos dos seres desubicados, casi apátridas por sus circunstancias, no encuentra una voz clara durante todo el metraje. Más bien se sitúa en un latido rítmico y lacónico, cuando quizá el espectador preferiría algo más de epopeya. Un latido que se agita brevemente y, de repente, la película respira, sus músculos se ponen tensos y un nudo incómodo se sitúa en la garganta. Cuando la película consigue mostrar el vínculo entre estos dos protagonistas, resaltando la obligada marginalización dentro de su propia sociedad, es cuando vemos lo que podría haber sido y no fue.
Es tras una hora dubitativa y cuando los temas sobre nación y pertenencia resuenan, cuando vemos una película con un discurso vibrante. ¿Quién define el sentimiento de pertenencia?¿Donde se establecen los límites? Cuando los rebeldes argelinos se revelan contra los colonos franceses ¿cómo posicionarse si eres ambos a la vez? David Oelhoffen deja caer debates de calado en sus diálogos, pero su chispa dura poco y el fuego pronto se acaba. Su cámara vuela sobre el paisaje argelino, aislando a sus personajes en su particular peregrinación, no hacia el Oeste, pero casi.