Skyfall

‘Skyfall’, el mejor Bond en 20 años

James Bond es uno de los personajes más prolíficos de entre todas las sagas cinematográficas de la historia del cine. Sus 23 filmes, las novelas de Ian Fleming y el marcado universo que las componen han creado una maquinaria de precisión que fabrica historias que encajan a la perfección con lo que el público busca, nada menos, y nada más. Pero como toda maquinaria, la obsolescencia es un mal que planea sobre su actividad, un tema que ya se ha abordado industrialmente con estas películas, pero que por primera vez se aborda desde el interior de la propia historia.

Probablemente estemos ante la película de James Bond más importante de la franquicia desde hace más de 20 años. Skyfall, dirigida con la discreta valentía de Sam Mendes, pone al mito de Bond entre la espada y la pared, encara sus flaquezas de frente y enfrenta a la franquicia con sus miserias, un ejercicio de honestidad cinematográfica y cinefílica que pocos serían capaces de abordar, ya sea como responsables, o como seguidores de la saga; y que no busca otra misión que cuestionar la propia existencia y continuidad de la serie.

Skyfall tiene un detonante que marcará el tono del resto de la película: Bond se ve traicionado por M, un hecho que deja entrever que la poderosa y firme agente flaquea en su poder de mando. Y cuando el mentor falla, el resto del engranaje se pone a funcionar para reajustar su forma de trabajar, tanto el MI6, como los villanos. Un reajuste más allá de lo obvio, de lo visual, de lo meramente superficial para bajar a las entrañas del mito y remover todos los cimientos para afianzarlos con fuerza de manos de una Judi Dench protagonista en la sombra.

Ese es uno de los principales riesgos que ha tomado Mendes y supone una de las novedades más sorprendentes de la película: Skyfall bucea en el personaje de M, le otorga un pasado, lo humaniza y lo mima todo lo que las anteriores entregas han descuidado, para alzarlo como protagonista de la película sobre el que giran todas las tramas y que actúa como estandarte de la transición dentro del universo Bond, un icono encarnado en Judi Dench abocado a la sustitución.

Asimismo, Tiago Rodríguez, o Raul Silva como se le ha dado a conocer, el personaje interpretado por Javier Bardem, es también símbolo de la extraña mezcla entre los nuevos tiempos y el clasicismo de la saga: su mayor arma es pulsar la tecla de un ordenador, pero su imagen es tan identificativa que recuerda a los villanos clásicos, de marcada estética, extravangante personalidad y reconocible para la posteridad.

Porque la idea de la novedad y lo tradicional, enfrentar lo moderno con lo clásico, lo revolucionario e inestable con lo destartalado aunque eficiente, es otro concepto que sobrevuela todo el metraje, a nivel narrativo, a nivel estético y a nivel resolutivo, el enfrentamiento entre los nuevos tiempos y la old school se lleva a límites bastante explícitos que reafirman en la idea de cuestionar la esencia del universo Bond dentro del nuevo orden.

Y es que si de algo se puede acusar a este nuevo Bond es a que repara con mucha más atención en el mito, el universo, y la generalidad de la saga reflejada en la película, que en la verdadera historia que quiere contar, que a la postre supone un facilón vehículo catalizador del ‘traspaso de poderes’ dentro de la franquicia, pero que no por ello es menos importante. De hecho, cuenta con unos personajes tan bien motivados, dibujados y potenciados que es una pena que no se les saque mayor partido. Una única pega que podría haberse solventado optimizando la integración de las dos vertientes (la mítica y la narrativa) en el guión, pero cuya magnificencia y exitoso resultado hace diluirse en sus propias aguas.

Este Bond está impregnado del oscurantismo, la melancolía y el claroscuro heredero del tratamiento del héroe de Christopher Nolan en Batman Begins. Un mal que ha asolado muchas franquicias (este año, sin ir más lejos, Spiderman) y que en este caso se ha sabido dosificar en la justa medida y emplear para canalizar el viaje interior del personaje y por extensión, del mito y la saga para encontrarse consigo mismos.

El tramo final de la película, donde el relato se vuelve muy autorreferencial, es una verdadera delicia para los seguidores del agente secreto, poco más de 20 minutos donde todas las piezas del puzzle encajan y por fin podemos ver con claridad las verdaderas intenciones de Skyfall que, parafraseando la jamesbondiana canción versionada por Michael Bublé, son las de otorgar un nuevo amanecer, un nuevo día, una nueva vida a Bond, James Bond.