A Steven Soderbergh le gusta divertirse mezclando comedia y thriller y recreando el cine de otras épocas. La primera afirmación la dejó muy clara con la saga de Ocean y la segunda en El buen alemán. Ahora combina ambos caprichos en ¡El soplón!, una cinta que cambia los grandes casinos de Las Vegas por una gris multinacional química y a los ladrones de guante blanco por un directivo aparentemente torpe y simplón. Lo mejor de la función, sin duda, es Matt Damon, que pide a gritos una nominación al Oscar.
Para filmar la película Soderbergh ha optado por una curiosísima solución formal: aunque la acción transcurre en los años noventa, está rodada como si fuera un largometraje de los años setenta. No es que esta decisión plástica aporte absolutamente nada al filme, pero como experimento resulta divertidísimo. La fotografía (obra del propio Soderbergh oculto tras un alias, como en Traffic, Solaris o Che) es tan lechosa y concienzudamente sobreexpuesta como en las cintas de la época; el vestuario de Shoshana Rubin es discretamente perfecto; y la música corre a cargo del auténtico Marvin Hamlisch, el compositor más característico de la época.
Desde el punto de vista dramático, la película tiene bastante que ver con otro título estrenado a primeros de este mismo año: Duplicity. De hecho, los giros que va pegando el guión parecerían salidos de la maña de Tony Gilroy, aunque carezca de su chispa. ¡El soplón! empieza siendo la historia de un empleado dispuesto a contar al FBI todos los oscuros tejemanejes que se llevan a cabo en su compañía y termina siendo una concatenación de medias verdades en la que nada es lo que parece, o sí.
La primera parte funciona magníficamente gracias a una narración que reposa en la mucha verdad que transmite Matt Damon como tipo mediocre y asustadizo. Cuando la trama se complica, el espléndido trabajo de su protagonista no basta, la película pierde ritmo y deja al descubierto que, en realidad, un truco que ya hemos visto muchas veces.
¡El soplón! se estrena en los cines este viernes