Si me preguntasen por la película descubierta en televisión que más me ha impactado mi respuesta sería inmediata: «Lo que el viento se llevó». En estos días navideños se ha celebrado el 70 aniversario de su puesta de largo en Atlanta, el 15 de diciembre de 1939. Para mí el aniversario no será tan extenso, ya que el 30 de septiembre de este recién nacido 2010 celebraré los 15 años que hace que la vi. Fue una tarde de otoño mientras pasaba el fin de semana con mis padres en un pueblo de Granada donde tenemos una casa. La luz rojiza que entraba por la ventana era como la de aquel impresionante Tecnicolor de Tara, la hacienda de Escarlata (siempre me gustó llamarla así en lugar del original Scarlett) y, de alguna forma, aquella historia épica tuvo un enorme efecto en mí. Tanto que, durante las siguientes navidades, corrí a comprármela en vhs. Comprando la nueva edición en dvd por su 70 aniversario y revisando extras tan interesantes como la película televisiva «La guerra por Escarlata O’Hara«´(una recreación más humorística que real de cómo David O’Selznick buscó a la actriz perfecta para interpretar al personaje ideado por Margaret Mitchell) no puedo evitar recordar aquella lejana tarde de sábado y preguntarme por qué esta grandilocuente historia sobre la Guerra de Secesión sigue siendo la película más popular de todas cuantas se han rodado. Muchas de sus coetáneas envidiarían la longevidad de esa fama. De hecho, aunque todavía celebramos clásicos de los años 30 como «Jezabel» o «La diligencia», la mayoría de los espectadores que ven «el viento» siempre que es emitida por alguna televisión los desconocen por completo.
Desde un punto de vista puramente académico, la cinta producida por Selznick y dirigida por un rosario de directores entre los que predominan George Cukor y Víctor Fleming, ha sido rechazada por su exagerado kitsch, su melodramático e irreal sentido histórico y por la predominante correción política que ve negativa la visión de los esclavos felices mostrada en pantalla. Sin embargo, no se paran a pensar en lo potente de sus imágenes arquetípicas (esos espectaculares contraluces al lado del árbol que, a través de la narración, muestran la evolución del personaje principal antes, durante, y después de la Guerra de Secesión) en un tempo que avanza fluidamente, en muchas ocasiones mediante sobretítulos o cartas que tienen que ver con lo que les pasa a los personajes, y en un dominio magistral de cada encuadre para sacar el máximo partido a unos lujosos decorados y a un exquisito vestuario. No en vano, Selznick desafió la duración de las películas de la época, el hecho de que la mayoría fuesen en blanco y negro y la moral predominante. Eso es precisamente lo que deberían ver los cinéfilos más gafapasta. El hecho de que Escarlata sufre una odisea al más puro estilo homérico, para aprender la lección que su padre le da al inicio de la historia («La tierra es lo único por lo que merece la pena luchar, porque es la única cosa que perdura») y que lo hace siendo amoral, sin una serie de principios éticos que eran básicos para el conservador Hollywood de los 30. Además, el uso metafórico del color sería envidiado por el mismísimo Douglas Sirk, y el de las ventanas o escaleras tan queridas por el melodrama de antaño, por el mejor William Wyler
Pero no nos engañemos, es la cínica, luchadora y bellísima Escarlata de Vivien Leigh la que nos sigue conquistando. En sus ojos verdes y en ese afán de superación que no siempre implica elegir el mejor camino, nos vemos reflejados. También en el arrogante y sarcástico Rhet Butler encarnado por Clark Gable. Si la dinámica de la relación entre ambos ha resistido siete décadas es porque contiene toda la ironía envenenada de la mejor comedia de sexos, esa pletórica de diálogos geniales. Sin embargo, lo que los más duros intelectuales no pueden entender es que ésta, mejor que ninguna otra, es la película que mejor ejemplifica lo que fue el sistema de estudios. En ese Hollywood que confiaba en la inteligencia y la sensibilidad de sus espectadores, la sublimación visual y sonora de las emociones era tan habitual como lo es hoy el pudor hacia ellas. A ese Hollywood sí que se lo llevó el viento. Tal vez fue eso lo que yo vi en aquella tarde de hace 15 años y lo que hace que, para un servidor, «Lo que el viento se llevó» sea aún una cinta adolescente de la que seguiré enamorado hasta su ancianidad…y durante mucho más tiempo.
Uno de los trailers de reestreno de esta obra maestra ganadora de 10 Oscar que sigue siendo, en número de entradas vendidas, la película más vista de la historia del cine.