¡Qué ironía el hecho de que una película que comienza en une entrega de premios ostente el récord de nominaciones a los Oscar! ¡Qué ironía que los diálogos de la misma estén considerados como unos de los mejores de la historia del cine cuando hablan del teatro! Pero no se engañen, «Eva al desnudo» destripa hasta tal punto el mundo entre bambalinas que ni el cine se le escapa: ahí están esos comentarios sobre lo «menor» que es trabajar en Hollywood y sobre una estrella de la meca del cine que nunca llega a ver el espectador.
La excusa, el gran «mcguffin» de la historia, es Eva. A Eva la conocemos en la entrega de galardones teatrales y accedemos a ella a través de un largo flashback que nos muestra su historia: la de la pobre niña admiradora de una gran estrella que acaba suplantándola y escalando peldaños a base de trampas y fingida bondad. Es decir, la enemiga que todos deberíamos temer en el mundo real. Pero como decía, ella es el pretexto para enseñarnos el ego de autores, la tentación del dinero, la amargura de críticos que se aprovechan de su situación o la tristeza de una gran actriz que se ve traicionada y que teme perder su profesión y su amor al mismo tiempo que pierde su lozanía y su juventud. Esa gran estrella teatral es Margo Channing y en sus rasgos reconocemos los de una Bette Davis que siempre agradeció el personaje y lo consideró un salvavidas para su carrera. La gran Bette, inspirada (según dicen) en Tallulah Bankhead, se muestra estremecedora, débil, diva y majestuosa. Cualquier espectador sensato agradece la enfermedad de una Claudette Colbert que estuvo a punto de hacer el papel. Igualmente magnífica está Anne Baxter en su caracterización de Eva, pasando del servilismo a las maneras de arpía sin que apenas lo notemos. George Sanders y la siempre eficaz Thelma Ritter tampoco se quedan atrás con pequeñas pero grandes aportaciones.
Hay que reconocer que por muy bien que estén los actores, los diálogos les ayudan mucho. Y aquí están algunos de los más brillantes, irónicos y mordaces que podamos oir jamás. El propio Mankiewicz los escribió y consiguió así su gran obra maestra, esa que vencería en la ceremonia de los Oscars al mismísimo Wilder de «El crepúsculo de los dioses» (ganaría 6, incluído el de mejor película) Su eficacia no estaba en la puesta en escena ya que, si bien es correcta, nunca encontramos otra cosa que academicismo en ella. Así, cuando Eva Harrington explica su melodramático pasado, otro realizador nos habría regalado un falso flashback que hubiese hecho mucho más dura la reveladora verdad sobre el personaje. Mankiewicz prefería centrarse en tomas largas y movimientos de cámara seguimiento de unos actores geniales, de unas criaturas representando el mundo de la representación, de unasvíboras que siempre nos podemos encontrar a la vuelta de la esquina…