Tan sólo dos años después de que Visconti nos diese la visión más bella de Venecia en el cine (si dejamos aparte las «Locuras de verano» que realizó David Lean), Roeg nos muestra una ciudad invernal, nublada y peligrosa por las noches, en donde la paranoia y la tristeza hacen que nunca sepamos si estamos ante un complot contra la pareja protagonista o ante los delirios que provoca en ésta la muerte de su hija. El director orquesta la duda utilizando el montaje paralelo, la cámara al hombro y un estilo visual naturalista y moderno en el que los zooms y el look descuidado aúnan terror y drama. El drama de encontrar una muñeca abandonada a las orillas de los canales venecianos o el terror de sufrir un accidente desde un andamio que, rodado con cámara subjetiva e inestable, supone una escena desagradable y claustrofóbica como pocas. El final atará cabos sueltos y nos dará una idea de lo que hemos visto durante la hora y media que lo precede.
Por el camino nos dejaremos una gráfica (y muy célebre por su alto voltaje) escena de sexo entre el matrimonio que fue fruto de la «confianza» que existía entre unos estupendos Julie Christie y Donald Sutherland, los protagonistas de este cuento macabro, de esta narración agónica y dramática que se resiste a cualquier intento de definición y que supone toda una lección para los amantes del cine de culto y de lo diferente.
VALORACIÓN:****