Aquí dejo un artículo que escribí hace unos meses en ‘La Opinión de Málaga’ con motivo del 50 aniversario de la famosa película de William Wyler…
La película bíblica más famosa de la historia del cine nació de la necesidad. La Metro Goldwyn Mayer ya no era el imperio perfecto y rentable que había supuesto durante la época de la Depresión, cuando Louis B. Mayer ejercía de comandante jefe del estudio más grande de Hollywood. La televisión comía terreno a la pantalla grande, el estudio del león estaba en crisis y la solución fue recurrir a la novela del general Lee Wallace de la que habían comprado los derechos en los años 20, cuando Fred Niblo rodó su propia versión, muda y con un atlético Ramón Novarro.
El primer paso fue encontrar la localización adecuada, y son muchos los italianos que recuerdan con afecto y sopor como medio Hollywood se trasladó a los estudios romanos de CineCitá, donde se rodaría esta historia de un judío rebelde que busca vengarse de un amigo de la infancia, el romano Messala, cuando éste destruye la vida de su familia y lo condena a él a la esclavitud. El presupuesto ascendió a los 15 millones de dólares y los problemas no habían hecho más que empezar. El estudio tuvo que pasar pos sus propias horcas caudinas. Pensaron una y mil veces en qué director habría de ser el elegido para manejar semejante mamotreto. El que acabó haciéndolo, William Wyler, no era el más idóneo a la vista de dramas como ´La loba´, que lo habían convertido en uno de los realizadores señeros de Hollywood. Wyler, en cambio, lo tenía clarísimo: «Siempre quise rodar una película como las de Cecil B. DeMille», dijo en alusión al mítico creador de espectáculos bíblicos ´bigger than life´. En cuanto al actor, fue Charlton Heston el elegido. Paul Newman había rechazado el personaje por considerar que sus piernas no eran «lo suficientemente bonitas» como para lucir la falda corta de los romanos. Y en cuanto a Rock Hudson, homosexual ´armarizado´, sus agentes le previnieron del peligro de rodar semejante historia, que no ocultaba ciertas ambigüedades sexuales en la amistad y enemistad entre el protagonista y su némesis, Messala.
Un patriota convencido como Heston no podía ser consciente de algo que le habría parecido una aberración. Después de todo, la censura del Código Hays tampoco hubiese dejado pasar a un ex Moisés reconvertido en el amor de otro hombre. Por eso el guionista Gore Vidal, que nunca figuró en los títulos de crédito, el propio director y el coprotagonista Stephen Boyd fueron cautos a la hora de engañar a Heston, poco hábil en cuanto a sutilezas interpretativas.
Semejante ir y venir de guionistas, aumentos de presupuesto y agotadoras reconstrucciones de la época de Cristo (se tardó más de un año en construir el circo romano que sirve de telón de fondo a la famosa carrera de cuádrigas) se cobraron unas cuantas víctimas. Uno de los extras resultó gravemente herido en la más famosa escena del filme, rodada por el mítico especialista Yakima Canutt. La otra víctima fue el productor Sam Zimbalist, fallecido a causa de un infarto tras el crispado rodaje. El resultado fueron 11 Oscars que supusieron un récord, y la mitificación de una cinta que ha inspirado a cineastas como George Lucas y sigue siendo la favorita de los que, en su mesa camilla, prefieren revivir la Antiguedad en el sofá de su casa, lejos del bullicio, más o menos festivo, de las procesiones.
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