"CAPRICHO IMPERIAL" (Josef von Sternberg, 1934):Hollywood se vuelve barroco

Atónitos se debieron quedar los jefazos de la Paramount cuando Sternberg les presentó, en un pase previo al estreno, su película «Capricho imperial». El director había conocido a Marlene Dietrich rodando con ella «El ángel azul» y cuando se marchó a Hollywood no dudó en llevársela consigo. Allí hicieron 7 películas juntos y ésta es, con diferencia, la más iconoclasta. De hecho, es una de esas joyas escondidas que se hicieron antes de que el restrictivo Código Hays se convirtiese en el salvaguarda oficial del puritanismo en el cine americano. Este biopic poco ortodoxo sobre los años jóvenes de Catalina la Grande surgió como respuesta a la «reina Cristina de Suecia» de Greta Garbo, la enemiga oficial de la Dietrich. Parecía que la Paramount espiaba los argumentos de la «divina» en la Metro y hacía films más o menos similares para la actriz alemana.
Sternberg dijo que su película era pura experimentación visual y sólo así puede entenderse. Poco importan el argumento ni los diálogos (aunque los que hay son geniales y captan perfectamente la ironía y decadencia del imperio ruso en escenas como la de la cena entre Catalina y su marido, llena de amenazas insinuadas), la gran estrella del film es la puesta en escena. Los primeros planos de Dietrich vuelven a ser tan místicos y eróticos como de costumbre en el cine del director, y nunca tan expresivos como cuando se insinúa al embajador o lo mira perpleja en la escena de su boda; o cuando la filma desde detrás de telas o velos calados. Esa escena es uno de los muchos ejemplos de la gran maestría de Sternberg a la hora de conseguir una luz especial (desde arriba, llena de matices claramente expresionistas) en sus películas y de mover la cámara por espacios infinitos. Las grandes grúas que se ven en toda la película impresionan, así como el uso irónico de la música clásica de Mendelsson y Tchaikovsky. El montaje es puro Eisenstein con paradojas tan divertidas como la que nos muestra el montaje paralelo entre los juegos frívolos de la protagonista y la muerte de su suegra al mismo tiempo. La exageración de las interpretaciones también apunta hacia la sensación de encontrarnos ante un fresco histórico-cómico. Marlene Dietrich mantiene la boca abierta en señal de asombro durante toda la etapa adolescente e ingenua de su personaje, y está mucho más en su salsa cuando las desdichas y la decadencia palaciega la convierten en una devorahombres sin escrúpulos a la hora de llegar al poder. Lo mismo se puede decir del resto de los actores, con un notable alto para Louise Dresser como la gordinflona e insoportable madre del futuro emperador.
Las triquiñuelas estilísticas de la película son tantas que no se pueden enumerar todas. Sin embargo, lo realmente asombroso es que Hollywood diese origen a una película tan estilísticamente moderna y adelantada a su tiempo. Yuxtaposiciones de imágenes tan sádicas como las que muestran las atrocidades cometidas por los zares (con un hombre sirviendo de campana, entre otras «amables» imágenes) mientras un criado se las cuenta a la pequeña Catalina, son un ejemplo de lo iconoclasta que es ésta película, capaz de convertir un poco de paja en la boca de la Dietrich en una magnífica metáfora sobre el deseo. El climax final, con planos generales llenos de masas, campanas repicando y el mismísimo ejército ruso entrando a caballo en palacio, nos revela la verdadera naturaleza de esta película: un ejercicio «camp», el kischt hollywoodiense elevado a la máxima potencia y una comedia histórica divertida, exagerada y muy europea en sus formas, engalanada por unos decorados barrocos, góticos e impresionantes. Una película asombrosa que sin duda alguna se puede colocar en los altares de cualquier buen cinéfilo.

VALORACIÓN: ****1/2



La todavía ingenua Catalina preguntando qué es un amante. Una prueba de la belleza y la ironía de la película y de la propia Marlene Dietrich.