DEMILLE FOR DEMILLIONS (Crítica de "Los Diez Mandamientos", Cecil B.DeMille, 1956)

Días de procesiones, santos y vírgenes y películas pantagruélicamente largas en televisión. ¿Y de dónde salen estas superproducciones que cuentan historias de la Antiguedad y que muchos agrupan bajo el nombre de peplums?? Pues de una década, la de los años 50, en la que Hollywood tenía que luchar contra la televisión y ofrecer espectáculos de este tipo para que el público prefiriese la gran pantalla a la pequeña. Quizá la película más popular de este tipo (que no la mejor; ese honor corresponde a las extraordinarias «Ben-Hur» de Wyler y al «Espartaco» de Kubrick) sea «Los Diez Mandamientos» de Cecil B.DeMille. La historia la conocemos todos: cómo Moisés pasa de ser príncipe de Egipto a prófugo que, posteriormente, vuelve a la tierra del Nilo a rescatar a su pueblo, el hebreo, de la esclavitud.
La supuesta fidelidad a las sagradas escrituras y al Antiguo Testamento la ofrece el propio DeMille apareciendo en pantalla antes de que la película comience, dándole el bombo que sólo se le podría dar al mayor espectáculo de la historia. Y tenía papeletas para serlo: 13 millones de dólares de presupuesto, espectaculares decorados de cartón piedra construídos en el mismísimo Egipto y un heróico Charlton Heston elegido por el propio director por el parecido que el actor tenía con una escultura de Moisés hecha por Miguel Ángel. Pero más que de una fidelidad bíblica estamos hablando de un «show DeMille» en toda regla.
Las características del cine de este director proveniente de la época muda eran siempre las mismas: espectáculo a cualquier precio, teatralidad obsoleta en la puesta en escena y en los diálogos rimbombantes (parece que se negaba a cambiar de estilo desde los tiempos del mudo, lo cual hace especialmente sorprendente que trabajase con éxito durante tres décadas de cine sonoro), enormes decorados y una reinterpretación/glorificación de la historia con ciertos ribetes eróticos que aquí están encarnados por un musculoso Yul Brynner, una seductoramente malvada Anne Baxter y un no menos sexy Moisés. Todas esas características convierten a la película en un desfile incesante de escenas pomposas y artificiosas que a veces rozan la comedia involuntaria (el rostro de Heston al bajar por primera vez del Monte Sinaí es paródico en su estoicidad, así como la interpretación del propio actor)
Pero también hemos de tener en cuenta el éxito sin precedentes de la película: en número de entradas vendidas es la quinta película más taquillera de la historia en Estados Unidos, las televisiones no dejan de emitirla todos los años y si algún mortal se atreve a ponerle imagen a Moisés esa siempre es la imagen de Heston. El secreto está en un ritmo que hace fluir las casi 4 horas de metraje sin llegar a aburrir, en espectaculares escenas de masas a base de un gran dominio de los planos generales(se nota que DeMille mueve más la cámara con grúas a partir del éxodo del pueblo hebreo) y en míticos planos como el del Mar Negro teñido de sangre, las enormes ciudades y obeliscos que Moisés enseña al viejo faraón cuando descorre las cortinas o en la apertura de las aguas para que pase el pueblo, una de las imágenes más icónicas y grandilocuentes de toda la historia del cine. Además, la voz en off de un narrador omniscente y la de un Dios que sólo llega a verse a través del fuego, hacen elipsis en momentos clave de la acción como la solitaria travesía de Moisés por el desierto.
Así, «Los Diez Mandamientos» no es ninguna obra maestra, pero es un espectáculo con todo lo vulgar que el cine de masas puede reunir. DeMille no pretendía ser un intelectual ni alguien sutil en su forma de hacer cine; pretendía entretener y lo consiguió hasta tal punto que sus delirios kistch siguen siendo pasto de muchas programaciones televisivas en periodo de vacaciones. Pocos se pueden jactar de llevar a buen puerto una megaproducción con miles de extras, de reúnir en un mismo reparto a secundarios como Yvonne de Carlo, Vincent Price o Edward G.Robinson (el actor siempre habló del director como el gran salvador de su carrera al darle este papel después de su inclusión en la temida lista negra de la Caza de Brujas de McCarthy) y de entonar la historia bíblica con un pseudo erotismo y un afán por impresionar que siguen siendo un parámetro a la hora de pasarlo bien en el cine. Como dijo un crítico con motivo del estreno de este film, el cine de DeMille estaba hecho para ser devorado por las masas: «DeMille for demillions».

VALORACIÓN:

Trailer de la película hecho por un fan