“EL DAVID DEL NEW DEAL”(Crítica de la película “Caballero sin espada” ,Frank Capra 1939)

Mucho se ha dicho acerca de la obra de Frank Capra , director menospreciado en los convulsos años 60 y revalorizado en una época en la que no se manda al paredón del ostracismo artístico a cualquier director proveniente del Hollywood clásico; ese que creía en contar bien una historia con todos los medios a su alcance. “Caballero sin espada”, sin ser la película más popular que hizo (ese honor le corresponde a la navideña “Qué bello es vivir”) es, sin embargo, su película más dura y la más política de todas; en una época en la que el cine americano en general, y Capra en particular, daban al público material de ensoñación suficiente como para olvidar las penurias de la época de la Gran Depresión.

Capra siempre fue la encarnación del idealismo americano de aquellos años, el del “New Deal” del presidente Roosevelt contando, al mismo tiempo, la gran fábula de su propia vida de inmigrante de origen italiano que encuentra el éxito en el país de las barras y las estrellas. Esta película no es ninguna excepción: el señor Smith es aquí el “common man “ del cine capriano, ese buen chico que organiza campamentos de jóvenes boy scouts y que llega al Senado de Washington con el firme propósito de sacar adelante una ley que haga más felices a los chicos del país o, dicho en otras palabras, el pobre infeliz que ignora su posición de marioneta en manos de otro senador de su estado y del magnate Taylor, que quiere construir una presa en lugar de un campamento para su propio beneficio económico.

Ver esta película en 2005 sigue siendo una experiencia realmente impresionante. Aún hoy existe todo ese mundo de prensa cínica que cede al poder, de políticos chantajeados por hombres poderosos y, seguramente (o eso quisiéramos creer todos), de ciudadanos idealistas y honestos como el Sr.Smith. Lo que resulta más chocante es el valor de un estudio de carácter conservador como Columbia para permitir a Capra hacer semejante alegato a la honradez de una manera tan franca (sí, la “abuelita Capra “de la que hablaba Berlanga es aquí más dura y menos sensiblera que nunca, midiendo con cuentagotas el azúcar en favor de una amargura que quizá tenga mucho que ver con el auge de las dictaduras europeas en aquella misma época). Se dice que Harry Cohn no estaba muy de acuerdo con lo que su director estrella quería hacer pero, dado que era la mayor fuente de ingresos del estudio y había otorgado a este éxitos como “Sucedió una noche” o “El Secreto de Vivir “ ,no tuvo más remedio que ceder ante los deseos de Capra.

El guión de “Caballero sin espada “es un modelo a imitar en todos los sentidos. No sólo porque ofrezca diálogos satíricos e inteligentes o porque presente situaciones creíbles, sino porque está enmarcado en un conjunto perfectamente engrasado. Capra sabe qué mostrar y qué no. La película comienza con un montaje de imágenes de gente que habla por teléfono anunciando la muerte de un senador que ha de ser sustituido lo más pronto posible y, si puede ser, ser ingenuo y estar supeditado a los intereses del pez gordo, Taylor. Capra nunca muestra el momento en que a Smith se le dice que va a ser él el elegido. En su lugar, nos enseña la ceremonia de despedida de su pueblo natal, para que empaticemos con los niños que se han encariñado con él y veamos posteriormente, en una (magníficamente resuelta) charla en el tren como Smith cree en los ideales de su padre, como el otro senador era amigo de éste y como presentación y motivación de los altos ideales del personaje. No existe mejor forma de mostrarlos ya que, de lo contrario, la excesiva bondad del personaje no sería creíble. También usa la elípsis en momentos como el larguísimo “speech” de Smith en el Congreso al final de la película ,aligerando el montaje para que el espectador no asista exhausto a todo el discurso ,falseando como nadie el tiempo real y ofreciendo en lugar de esas imágenes las de los niños que ,en oposición a la prensa amarilla y manipulada de Taylor , salen por las calles con sus propios diarios para apoyar a su “caballero sin espada “ (siempre me encuentro con una sonrisa en la boca cuando veo esos montajes de planos de portadas de periódico con los que las películas clásicas americanas aligeraban la acción sin que el espectador perdiese un solo detalle de lo que sucedía en la trama). Igualmente, el final está aligerado de una manera sobria que no acabó de gustar a muchos críticos pero que, sin embargo, da a la película el tono justo para que aquello no se convierta en un tonto “happy end” a la americana. Y si de momentos para el recuerdo están llenos los buenos guiones, aquí los hay a mansalva: Smith sentado ante la lección de cinismo que le dan los periodistas, el libro de notas de la secretaria declarándole por escrito su amor en pleno discurso en el Congreso , el juego con el nombre de aquélla (Clarissa ) durante todo el film para dar una mayor dimensión a su personaje, esos niños que son la inocente contraposición al capitalismo deshumano y ominoso de Taylor y sus secuaces o la moneda que cae de pie cuando un inepto político ha de elegir a un senador sustituto acorde con las maquinaciones políticas que se muestran en la película. ¡Y qué diálogos!, de esos que van del drama más emocionante a la screwball comedy más divertida, mencionando a su paso el conformismo cínico de la prensa, el “quijotismo “de Smith (me encanta que Jean Arthur se pase buena parte de la película llamando así a James Stewart) , o la doble cara moral del senador interpretado por Claude Rains.

La puesta en escena de Capra ha sido a menudo estudiada desde los parámetros de presencia poco importante de la cámara de los directores clásicos de Hollywood. Más a menudo de lo deseado, esto ha minusvalorado su talento como directores visuales de la manera más injusta. La prueba está en muchas secuencias de la película : los primeros planos en contrapicado en el senado poniendo énfasis en la lucha de Smith contra la injusticia, el plano detalle del sombrero cuando se muestra nervioso con una chica atractiva (unido ,por supuesto, al sonido en off de su balbuceante charla con la joven ) o el primer plano de una llorosa Jean Arthur conmocionada al comprender cuánto tiene en común con ese “quijote” del que se ha burlado ante su falta de cinismo y de una dosis de realidad. El montaje es igualmente maravilloso, no solo por las famosas y patrióticas imágenes (justificadas, no como en tantos estomagantes panfletos americanoides) en el Capitolio de Washington , sino por secuencias plenamente dependientes del mismo como la siguiente: Jean Arthur recibe una llamada de la hija del senador corrupto para que colabore en la seducción de la primera hacia el pobre Mr .Smith para distraerlo y apartarlo de la política como a un pobre e ignorante corderito. Capra alterna planos de la chica al teléfono y otros subjetivos en los que Jean Arthur ve a James Stewart ilusionado , recogiendo boletos ante su ley para el campamento. No puede haber mejor uso del montaje que éste : la secretaria está ante el dilema de ayudar a la glamourosa y frívola hija del senador a engañar al pobre Smith o apoyar la decencia utópica de éste. Es más, hasta la fotografía del film es totalmente funcional a la hora de apoyar un guión tan excelente y si no, vean esos planos en penumbra de Stewart a punto de rendirse contemplando con lágrimas en los ojos el monumento a Lincoln y siendo convencido por Arthur para que no cese en su lucha contra los titanes corruptos.En ese momento de la película, un servidor tenía los ojos tan enrojecidos como el protagonista. Esa es quizá la gran virtud de la película ,que cada momento emocional está plenamente justificado ante un uso muy concreto de la música y un cinismo y dureza casi inusuales en la filmografía de Capra.

Por último, no me quiero olvidar de esos actores. James Stewart se ganó su estrellato gracias a esta película e incluso de dice que su (único, por muy raro que parezca) Oscar como mejor actor del año siguiente lo ganó como recompensa ante la derrota por esta película. Stewart es uno de los grandes de la historia del cine y aquí lo demuestra tanto en los momentos de comedia física como en los más dramáticos. Su discurso, lleno de impotencia y cansancio físico al mismo tiempo, lo convierte en uno de esos momentos memorables que la historia del cine nos ha regalado. Gracias a Stewart , el sr.Smith evoluciona desde su ingenuidad provinciana hasta su cabezonería ilusionada por defender lo que es justo ,pasando por la total decepción que supone al personaje enterarse de que la democracia tiene lacras difíciles de extirpar. ¿Y qué decir de Jean Arthur? Ella era la quinatesencia de los personajes femeninos de Capra., la chica que comenzaba a salir del hogar para ser la secretaria resuelta, cínica y de belleza intelectual de aquellos años y de aquellas películas. Su primer plano con los ojos llorosos o el intento de contar a Stewart como fue su llegada al mundo de la política de Washington dan dimensión a un personaje que podía haber caído en el estereotipo. Claude Rains es el ejemplo de que el maniqueísmo denunciado por muchos en estas películas no era tal : su corrupto senador .amargado por sus compromisos con el poder ilícito, consigue caernos bien y mal al mismo tiempo, haciendo que casi sintamos pena por él. Ningún mal actor puede conseguir eso, aunque claro, no voy a ser yo el que descubra a estas alturas los talentos del protagonista de “Encadenados” o “Lawrence de Arabia”. Capra tenía un dicho :”one man, one film” y eso lo demuestra de sobra en esta película ,donde hasta el último niño que aparece o el último secundario aporta algo al conjunto.

Es un privilegio poder ver películas como ésta hoy en día y comprobar que siguen estando de actualidad. Todavía existe la corrupción , la diatriba diaria entre elegir nuestros ideales o dejarnos vencer por el cinismo conformista y esta obra maestra nos lo enseña de una manera audaz, inteligente, entretenida y definitivamente magistral .¿Qué Capra sólo contaba cuentos? ,¿qué solo hacía películas idealistas y azucaradas? ¿qué su cine ha pasado de moda? . Esta mítica película es un “no “ frontal y directo para todos los que suelen contestar afirmativamente a esas preguntas. Obra maestra.