"EL MAGO DE OZ" (Victor Fleming, 1939): LA CRÍTICA

La borrachera de color kitsch que hoy es «El Mago de Oz» posee una extraña atipicidad que sufren muchos films de Hollywood: mientras que en Europa apenas se la tiene en cuenta como clásico del cine (más que como entretenimiento quizá) en América es reverenciada como la mejor película fantástica e infantil de todos los tiempos. Sin decantarse hacia uno u otro lado, lo cierto es que el camino de baldosas amarillas tiene un poder metafórico al que no es ajena la época en la que se rodó la película, con el ascenso del nacismo y el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial.
La primera diferencia con respecto al libro original es que, en la película, Dorothy sueña con el mundo de Oz como dejan claro los dos planos con fundidos (uno con el perfil de Judy Garland cuando acaba de ser golpeada por el cristal de la casa en pleno tornado y el otro cuando regresa a Kansas gracias a los míticos zapatos rojos de rubíes). Esto convierte claramente a la película en una serie de símbolos que han tenido numerosas interpretaciones. La segunda gran aportación es que la película es un musical; y no un musical cualquiera ya que fue la primera gran producción de Arthur Freed para la Metro y el primero que integraba las canciones como parte de la historia (en este sentido quizá un claro precedente sea la «Blancanieves» de Walt Disney). Las canciones se corresponden con el minucioso y matemático orden que tiene la película: cada uno de los personajes tiene su canción menos la bruja, y en esas tres canciones todos ellos expresan lo que quieren pedirle al mago (un cerebro el espantapájaros, un corazón el hombre de hojalata y valor el león cobarde). Mención aparte tiene, por supuesto, el «Over the rainbow» que canta anhelante Judy Garland en la parte en la que está en Kansas y que tiene variaciones duranten toda la película en forma de temas musicales.

La gran característica de los musicales de Freed con respecto a los anteriores que se habían visto en Hollywood era la gran movilidad de las cámaras y un efecto menos teatral. Esto se cumple a la perfección con la cantidad de planos grúa que hay en la película (desde el país de los «Munchkins» hasta la Ciudad Esmeralda abundan las grandes panorámicas generales en picado para revelar todo el esplendor de la dirección artística y los fascinantes decorados). También se cumple con un premisa básica: casi todos los musicales Freed para la Metro fueron grandes producciones en color. «El Mago de Oz» es una película que comienza y termina en blanco y negro y diferencia así toda una colorista parte central en lujoso Tecnicolor. Y que es una gran superproducción está claro viendo la película, con la cantidad de avances espectaculares en efectos especiales que hicieron posible un enorme ciclón, ciudades fantásticas enteramente construidas hasta el más mínimo detalle o brujas que desaparecen en medio de humos de azufre.

Sin duda alguna uno de los grandes fuertes de la película son sus protagonistas. Así, la envidiable química entre Ray Bolger, Jack Haley y Bert Lahr se convierte en una parte más de la cómica teatralidad artificiosa que tiene todo el film. También la de la bruja, Margaret Hamilton, con sus inolvidables risas y frases cargadas de irónica maldad. Frank Morgan, que interpreta al mago y a otros tres personajes más, se desenvuelve con maestría y proporciona, al igual que los tres amigos de la protagonista, una de las claves de la película: todos ellos aparecen como personas normales en la parte de Kansas, antes de que la niña tenga su sueño con el país de Oz y, por tanto, todos los miedos que tienen en esa parte son luego desarrollados en la parte fantástica. Pese a todo, esa carencia de corazón o cerebro de estos personajes se ve suplida con creces cuando demuestran, durante todo su viaje, el valor, el corazón y la inteligencia necesarios para hacer frente a cualquier peligro. Esto demuestra el gran lema de la película y del cuento de Bauhm: aunque el mago sea un estafador, aunque no pueda cumplir los deseos, todo aquello que pedimos está dentro de nosotros mismos si nos afanamos en buscarlo.

Por supuesto, Judy Garland es la gran estrella de la película. La niña que soñaba con el país más allá del arco iris es tan emblemática para el cine como las obras de Shakespeare lo son para la literatura. Su vulnerabilidad y dulzura son compatibles con el carácter y la fuerza del personaje, que han hecho que la película también tenga lecturas feministas de todo tipo. Un rol que, a sus 17 años, la convirtió en la estrella de esta obra maestra musical que conecta con nuestros deseos y miedos más profundos. Para el ideario americano, generalmente conservador y amigo del hogar como emblema queda la frase «Se está en casa mejor que en ningún sitio». Para el resto de los mortales, esta fantasía kitsch, este empacho de color, es un canto a nuestro deseo más común y vulgar de escapar de la realidad, de emprender un viaje fantástico en el que encontrarnos con nosotros mismos.

VALORACIÓN:

Trailer original de «El Mago de Oz»