Ante un guión de semejante riqueza, De Palma echó el resto en una puesta en escena que envidiaría el mismísimo Orson Welles. Ésta incluye las largas tomas que filma las conversaciones que definen al personaje (con la madre que lo repudia, con la policía que lo trata como a una basura o observando a una etérea Michelle Pfeiffer bajando de un ascensor) los planos subjetivos a cámara lenta (su intocable hermana bailando con un desconocido ante su furiosa mirada) o los planos secuencia tan queridos por el director (la cámara que «sale» de una ventana en la que se perpetra un sangriento crimen con una sierra mecánica o la caída de Montana en su propia piscina mientras vemos ese eslogan, «El mundo es tuyo», que parece ser toda una ironía sobre su descenso a los infiernos) Todo el artificio desemboca en una hipérbole que roza la comidad en la sangría final, lo que quizá impida que el film sea una obra maestra, pero de lo que no hay duda es de que pocas películas del género son tan entretenidas y están tan bien rodadas. Si De Palma es, como se suele decir, el mayor imitador de Hitchcock, el genio del suspense estaría encantado de ver una película en la que, como en las suyas, la forma y el fondo forman un estupendo matrimonio.
VALORACIÓN: ****1/2
Las críticas a Brian De Palma pueden argumentarse con toda justicia en los últimos años. «La dalia negra» fue el ejemplo perfecto de que cuando los manierismos visuales no están apoyados por un guión consistente, se convierten en un recurso grotesco y ridículo. A pesar de ese bajón en su cine, De Palma debe ser tenido en cuenta como uno de los autores más vigorosos y atractivos de entre los surgidos en la década de los 70. La historia del ascenso y la caída del inmigrante y narcotraficante Tony Montana debe ser el poderoso argumento a esgrimir para los más cínicos. El guión de Oliver Stone se basaba en el «Scarface» dirigido por Howard Hawks a principios de los años 30 y convierte al gángster, en esta ocasión, en un ser acomplejado y vulgar que sólo encuentra su razón de ser en la opulencia. Stone, que por aquel entonces libraba su propia batalla contra las drogas, hizo que muchas de las líneas de diálogo de la película se convirtiesen en memorables y dictaminasen como pocas veces la personalidad del protagonista, interpretado por un inmenso y justificadamente histriónico Al Pacino.