Cuesta trabajo ver hoy una película que dirigiese el húngaro y dictatorial Michael Curtiz que no sea una auténtica maravilla y, más aún, si el protagonista era Errol Flynn. Juntos hicieron obras maestras como «Robin de los bosques» y forjaron un cine espectacular con sello de la Warner que ha servido para llenar tardes y tardes televisivas de los sábados. Pero algo no funcionó en este vehículo espectacular a mayor gloria de Bette Davis. El plató fue un auténtico campo de batalla donde la sangre casi corrió. 
Tampoco Olivia de Havilland estaba contenta con que su jefe le diese un papel secundario e insignificante en la película renacentista como castigo a estar cedida a Selznick para ser la Melania de «Lo que el viento se llevó». Muchas fueron las crisis y lloros de la actriz. ¿Y cuál fue el resultado de este desbarajuste?? Una película cargada de diálogos, con una pareja protagonista de nula química en pantalla y con una acción a saltos y a veces incomprensible (incomprensible los cambios del conde para con la reina; no sabemos si quiere poder o si la ama de verdad). ¿Lo mejor de esta superproducción de colores impecables y espectacular diseño de producción? Una Davis irreconocible (aunque histriónica; no para de mover la cabeza y las manos), el uso del «expresionismo made in Curtiz» (las sombras proyectadas en la pared para ocultar el espectacular aspecto de la reina antes que aparezca por primera vez), la música de Korngold y la posibilidad de ver como el agua y el aceite son simbolizados en las pieles de los dos actores más famosos y taquilleros de la Warner de la época.


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