"ESPARTACO"(Stanley Kubrick, 1960): El peplum inteligente

De «Espartaco» se ha dicho de todo. Unos la ven como la obra más impersonal de Stanley Kubrick, otros como un icono gay por la famosa escena de las otras y los caracoles (insinuación entre amo y esclavo con la simbología de ambos alimentos) y hay quien dice que es una anomalía dentro de el cine épico de la Antiguedad al no estar relacionada en ningún momento con lo religioso.

Lo que sí es cierto es que «Espartaco» nació de un sueño de Kirk Douglas. El actor quedó tan decepcionado al no ser elegido como el protagonista de «Ben-Hur» que quiso llevar la vida del esclavo que se rebeló contra el imperio romano a la gran pantalla. Tuvo el apoyo de la Universal y de su propia productora, pero lo que no sabía es que el set de rodaje se convertiría en una batalla entre egos. El del propio Kubrick, que había dirigido a Douglas en la magnífica «Senderos de gloria», estaba mancillado ya que ésta no era una «criatura» suya, siendo él el sustituto del director Anthony Mann, que había sido despedido de la filmación. El de los actores tampoco se quedaba atrás, con los contínuos altercados verbales entre dos gigantes de la escena británica: Sir Laurence Olivier y Charles Laughton, que se llevaban tan mal en la pantalla como fuera de ella. Por si todo este caos fuese poca cosa, el guionista elegido por el propio protagonista era Dalton Trumbo, que había estado en la nefasta lista de los 10 de Hollywood, aquellos que se negaron, ante el senador McCarthy, a responder si eran o no miembros del Partido Comunista durante la tristemente célebre «Caza de brujas».

Pero como ocurre con muchos alumbramientos cinematográficos, este vino al mundo convertido en un niño con el pan bajo el brazo. «Espartaco» cuenta la historia del esclavo y también la lucha de poderes entre dos senadores de Roma. Cuenta el deseo entre el protagonista y la esclava Varinia a través de miradas y posee algunos de los mejores diálogos que se puedan imaginar en este tipo de películas. Así, las trifulcas y maquinaciones políticas de Roma dan dimensión a personajes como los de Graco y Craso, y contrastan con la sana ingenuidad de los esclavos, que sólo desean ser libres. La visión corrupta del poder es de todo menos simple, narrada sin maniqueísmos y con brillantez a través de todos y cada uno de los actores de un reparto de lujo: desde Douglas o Laughton pasando por Peter Ustinov, Jean Simmons, Tony Curtis o John Gavin. Todos ellos están extraordinarios.

Si el guión es sobresaliente, otro tanto puede decirse de la puesta en escena. Aunque se aleja de los parámetros cien por cien kubrickianos (las cámaras de Technirama pesaban demasiado como para andar moviéndolas mucho)y una utilización genial de los grandes espacios abiertos. Acaso el plano más característico del director sea aquel de la batalla final, en el que las masas de ejércitos forman enormes cuadrados que parecen colocados en un tablero de ajedrez. Esta imagen casa con el gusto por las composiciones geométricas de Kubrick. También los travellings laterales dentro de la prisión de los esclavos (detrás de las rejas, como dura metáfora de la falta de libertad) o aquel que recorre un campo enorme de muertos (que recuerda, y mucho, a otro parecido de la reciente «Expiación») Y por supuesto la efectividad de colocar la cámara en un lugar o en otro (los esclavos a punto de salir a la arena, en silencio, y escuchando como sus compañeros se baten a muerte fuera, dándoles más sensación de claustrofobia al no ver lo que sucede en el exterior más que a través del sonido) Lo que sí se sale del cine de su autor es el sentimiento que impregna toda la película. Lejos de ser panfletaria, la cinta habla con sinceridad de la necesidad de libertad individual, aquella que puede afectar a una masa de personas, y que se ejemplifica con momentos inolvidables. Nunca sentiremos más por el protagonista de una historia que en el momento en el que todos los esclavos se levantan al grito de «Yo soy Espartaco» para apoyar a su recién derrotado líder. Esa secuencia y la de la crucifixión final son verdaderamente emocionantes en la filmografía de un director que siempre prefirió narrar con frialdad sus historias. Pero lo que verdaderamente asombra de este film que acabó con la Caza de brujas es su franca sexualidad, su violencia y su ideario político absolutamente moderno. En este encontramos una visión metafórica de la propia tiranía de los ejecutivos de Hollywood, aquellos que esperaban otra entretenida y espectacular película religiosa y se encontraron con una cinta madura, inteligente y épica que, perfectamente, puede ser la mejor de su estilo.

VALORACIÓN:***** (Obra maestra)

Trailer de la película