Hattie McDaniel es un caso aparte dentro de las actrices olvidadas. Su figura se ha reivindicado con el paso de los años y es célebre por ser la primera actriz negra en conseguir un Oscar justamente por su celebérrima interpretación en «Lo que el viento se llevó». Sin embargo, hay datos acerca de su vida que no son tan conocidos por el gran público. Si fue pionera en ganar esa estatuilla dorada, también lo fue siendo la primera negra que cantó en la radio. Su primerizo trabajo de vocalista en una banda de música afroamericana (ese término tan de moda en nuestros días) la condujo al cine de Hollywood, donde no tardó en hacerse un hueco interpretando a sirvientas, lo único que un intérprete de color podía hacer en aquellos días. Sin embargo, a pesar del encasillamiento atroz al que se veía sometida una y otra vez sus personajes no eran el estereotipo blando y facilón que tuvieron que soportar muchas de sus coetáneas. Con una poderosa voz, casi siempre malhumoradas y cargadas de ingenio, las criadas interpretadas por Hattie hacían uso de una mala baba muy especial que las hacía brillar. Un primer ejemplo lo encontramos en «Sueños de juventud»(George Stevens, 1935) en donde su personaje le aguaba a una jovencísima Katharine Hepburn la posibilidad de fingir un estatus social ante Fred McMurray. Hasta en la película («La pequeña coronela») que protagonizó con la inefable Shirley Temple ella era la nota más divertida y atípica en un conjunto dominado por la cursilería más kitsch.
Para cuando llegó su personaje más famoso, el de Mammy, ya había servido más mesas que nadie en la gran pantalla al lado de estrellas como Jean Harlow o Barbara Stanwyck. Nunca esperó ganar un Oscar por esta interpretación y, cuando ocurrió, no pudo evitar unas lágrimas que hacen de la suya la más emotiva de las fotos de la historia de la Academia de Hollywood. Pocos saben que durante aquella ceremonia tuvo que sentarse en las fila de atrás del teatro como correspondía a los de su raza; o que Clark Gable intentó boicotear el estreno de la película en Atlanta al enterarse de que a su amiga Hattie no la habían invitado por ser negra. Triste excusa que la alejó de un apoteósico festín aquel 15 de diciembre de 1939. Fue la propia Hattie la que convenció a Gable para que renunciase a tal acto de solidaridad. Era consciente de que la negativa a ser invitada al acto poco importaba en medio de la expectación sin precedentes que había generado la megapelícula. McDaniel siguió trabajando en Hollywood con películas como «Murieron con las botas puestas» (Raoul Walsh, 1941) o la preciosista «Canción del Sur» (Harve Foster y Wilfred Jackson, 1946) para finalizar su carrera en la radio y la televisión con el show «Beulah», en donde coincidía con su compañera de servidumbre en Tara, Butterfly McQueen. El cáncer de pecho la sorprendió muy joven, con 54 años, y se la llevó para siempre. Hoy, las asociaciones contra el racismo que en su día la criticaban por perpetuar estereotipos raciales en el cine la consideran eterna heroína de una época difícil en la que, como muy bien dijo ella, «si no eres criada en el cine puedes acabar siéndolo en la vida real».
Hattie McDaniel recogiendo su histórico Oscar entre lágrimas