Martes, once y media de la noche: hora española en la que se conocía una de las noticias más terribles, sorprendentes e inesperadas de los últimos años, la muerte de Heath Ledger, una de las estrellas de Hollywood con más futuro. La razón, una sobredosis de somníferos que no se sabe si fue intencionada o accidental. Tras días de reconocimiento, duelo y un revuelo mediático que ha llegado a afectar al mismísimo presidente Bush, lo que queda es la obra de este joven actor que, como muchos otros (la muerte de Brad Renfro sirve de reciente ejemplo) ha dejado el mundo de los vivos demasiado pronto en circunstancias trágicas.
Conocí a Ledger como el guapo protagonista de películas terribles como «10 razones para odiarte» o la inflada «El Patriota»(Roland Emmerich, 2000), en la que encarnaba al hijo de un belicoso Mel Gibson. En principio, su melena rubia, cuerpo atlético y sonrisa perfecta no me hicieron fijarme en otra cosa que no fuese su físico. Con el tiempo, esa sensación fue transformándose en admiración. El chico se apartaba de su destino como joven florero de comedias insulsas y combinaba lo comercial con lo «indie». Ahí estaban «Destino de caballero» (Brian Helgeland, 2001) y «Monster’s Ball»(Marc Forster, 2001) para demostrarlo. Por aquella época descubrí que había interpretado a un adolescente gay en su Australia natal, antes de la llegada de Hollywood y de la fama. Sin embargo, mi cariño incondicional lo despertó el Ennis del Mar de «Brokeback Mountain» (Ang Lee, 2005) Había algo de mágico en aquella combinación de fortaleza y vulnerabilidad del vaquero homosexual al que encarnaba que, sencillamente, me emocionaba. Era como si el John Wayne de «La legión invencible» (John Ford, 1949), o el Brando de «La ley del silencio»(Elia Kazan, 1954) se hubiesen metido en la piel del actor y volviesen a vivir.
La película se convirtió en referencia ineludible para millones de gays, en el Oscar al mejor director para Lee y en el reconocimiento definitivo (vía candidatura a la famosa estatuilla dorada) para el joven actor. También significó su unión real y ficticia con la actriz Michelle Williams, de la que se separó hace meses y con la que tuvo a su hija Matilda. Aunque mi universo no conecta con el de Terry Gilliam, la comicidad de Ledger en «El secreto de los hermanos Grimm»(2005) fue, inmediatamente, mi aspecto favorito de la película. No he visto «Candy»(Neil Armfield, 2006) pero admiro su capacidad para encarnar a un heroinómano en una cinta independiente justo después del boom «Brokeback». Su carrera profesional, al contrario que su ya cerrado ciclo vital, continuará en «El Caballero Oscuro» (Christopher Nolan, 2008) , en donde el temido Joker volverá a hacerle la vida imposible a Batman utilizando su ya mítico rostro.
El comienzo de Ledger en plena efervescencia noventera del cine «teen» y su evolución seria hacia otro tipo de cine no es distinta a la de muchos otros actores de Hollywood. La diferencia es que él, a sus 28 años, no podrá convertirse en la vieja gloria que intuíamos cuando abrazaba la camisa de Jake Gyllenhaal. Como otras estrellas que nunca alcanzaron la treintena, Ledger ya se encuentra en el cielo de nuestros recuerdos junto a Jean Harlow, James Dean o River Phoenix. El chico guapo que mutó en gran actor observa desde allí la meca del cine, esa misma que se ceba, llena de morbo, en su fallecimiento; la misma que lo convertirá en un mito cuya longevidad contemplaremos desde nuestra posición de simples mortales.
Uno de mis vídeos favoritos de la red: Luz Casal y «Brokeback Mountain». Perfecto para homenajear a Heath Ledger.