Mirando muchas de las fotos de los dos actores, cuyo matrimonio duró 8 años desde que se casaron en 1940, es fácil de adivinar los tejemanejes de la industria que se ocultaban tras esas bellas y multifotografiadas uniones. En la mayoría de esas fotos aparecen posando, sonrientes en la piscina o incluso haciendo autostop como si estuviesen rodando una película. La razón de las múltiples rupturas de matrimonios de actores en aquella época se debían quizá a la fuerte presión publicitaria ejercida por los estudios. Aunque el divorcio de estos dos mediocres (él mucho más que ella, que se acabó resarciendo de la misma como veremos a continuación) actores de contrato de la Warner estuvo también marcado por el empeño de ella en rodar «Belinda» (Jean Negulesco, 1948) poco después de perder a un bebé nada más nacer. Ese 1948 marcó el año de su nacimiento como actriz respetada gracias a esa máquina de provocar lágrimas que era la película, la historia de una sordomuda violada y ayudada por un doctor a recuperar a su bebé en un juicio. Preparó el papel a conciencia tapándose los oídos y aislándose del equipo, y la Academia de Hollywood la recompensó con su primer y único Oscar.
Con anterioridad al mítico papel de la sordomuda, había despuntado gracias a «Días sin huella» (Billy Wilder, 1945) y a su papel de madre testaruda y calculadora en «El Despertar» (Clarence Brown, 1946), esa candorosa y mítica película de la infancia de muchos en la que un niño defendía a capa y espada a un ciervo. En los 50 cambió de peinado y de personajes. Si su nuevo look (con un rígido flequillo que sólo Joan Crawford se hubiese atrevido a lucir) no la favorecía precisamente, si lo hacían sus roles de ama de casa sufrida, sobre todo si estaba dirigida por el hoy maestro del melodrama, Douglas Sirk. Ciega por culpa de un playboy en «Obsesión»(Douglas Sirk, 1954) o madura enamorada de su jardinero ante la cruel incomprensión de toda una sociedad en «Sólo el cielo lo sabe» (Douglas Sirk, 1955), en ambas películas compartió cartel con un guapísimo Rock Hudson y se convirtió en el paradigma de la burguesa frustrada de aquellos conservadores años. En los años 60 tuvo su propio show televisivo y fue la madre de «Pollyanna» (David Swift, 1960), antes de que los 80 la convirtiesen en la mismísima encarnación del mal y en una de las personas más requeridas por la prensa amarilla al haber sido la primera esposa del que durante aquellos años fue el hombre más poderoso de los Estados Unidos. Jamás quiso hacer declaraciones sobre su famoso ex, considerando estas intromisiones en la intimidad de mal gusto. Personalmente, la gran paradoja que siempre acompañará a esta actriz desde mi punto de vista, será la de haber sido uno de los amores del muy conservador Reagan a la par que la actriz que protagonizó alguna de las críticas más enardecidas al mundo opresivo, reaccionario y bienpensante de América en las películas de Sirk. ¿No resulta curioso y hasta perverso que la exseñora Reagan mostrase, indirectamente, la cara más hipócrita de aquella sociedad que su exmarido tanto se molestó en defender como presidente?
Video homenaje a la actriz