LA CASA INVISIBLE CUMPLE 2 AÑOS

Cuando en la noche del 10 al 11 de marzo un grupo de artistas y disidentes se decidieron a ocupar un viejo edificio de la capital malagueña, poco podían imaginar que la ocupación duraría dos años y se convertiría en un motor cultural para la ciudad. Lo hicieron durante el Festival de Cine de 2007, la antítesis de sus intenciones, reaccionando contra a política institucional llena de grandes proyectos faraónicos que no llegaban ni significaban nada para el ciudadano de a pie. Se trata de “La casa invisible”, un viejo edificio que antes fue la discoteca “Metropol’ y que en su largo vivir llegó a ser un colegio de curas. “El otro día nos visitó un anciano de 80 años que recordaba cómo se partió un diente en este mismo patio”, recuerda Santiago Fernández Patón, responsable de comunicación de un proyecto que nació dentro del movimiento “okupa” pero con un fín muy distinto, el de proporcionar una alternativa cultural que hoy se materializa mediante talleres, una más que interesante programación y el apoyo del Museo Reina Sofía o la Universidad Internacional de Andalucía, que ya tienen convenios para que el sueño de un grupo heterogéneo de personas entre las que se encuentran profesores de universidad o jóvenes artistas se convierta en una perdurable realidad.

El lema era “descubrir la cultura sin fosilizar” según recuerda Santiago, que resalta el lujo de poseer un espacio abierto para cualquier tipo de iniciativa artística en la que todo aquel que lo desee puede proponer algo y autogestionarlo sin ningún tipo de traba institucional u organizativa. De hecho sus participantes definen la “casa” como un “organización en la que no existen las jerarquías”. La política de la ‘invisible’ es la de la participación y nunca la de la representación. “Tenemos hasta un taller de grabado y continuamente hay gente que viene a proponernos cosas”, recalca Mafe Bilbao, otra de las responsables de que esta realidad cultural que cuenta con pocos medios pero con mucho entusiasmo. “El hueco de que mucha gente se una diariamente a nosotros nos da fuerza y energía para seguir adelante”, recalcan. Lo cierto es que la reacción al principio de esta ocupación fue la clásica de muchos vecinos e incluso del Ayuntamiento; la reacción que suele suscitar en la sociedad el movimiento okupa. “Cuando vieron que nuestro fín era cultural y que cumplíamos con ello, todo cambió”. De hecho, con el Ayuntamiento malagueño se constituyó una mesa negociadora y se intentó explicar bien el proyecto. El hecho de que sea algo único en Andalucía eliminó cualquier estigma que pudiese existir hacia esta ocupación un tanto especial. “Actualmente existe un protocolo de intenciones para conseguir un convenio de cesión del inmueble, lo cual supone una política pionera para el Ayuntamiento”. Y es que pocos quieren quedarse sin pasar por esta visible casa, a pesar de su nombre. “Ha venido incluso gente de Japón y grupos tan importantes como Amparanoia han actuado aquí de forma desinteresada”, dice Santiago. Y es que sus propuestas son sólidas; desde ciclos seminariales hasta una investigación sobre Producción cultural anómala. Todo ello ha llamado la atención de una figura clave del software libre como Richard Stalman hasta el politólogo Giuseppe Cocco, de la Universidad de Rio de Janeiro.

Una de las propuestas más interesantes y más necesarias de esta “casa” es la Oficina de Derechos Sociales, que supone una “herramienta de sindicalismo social” que incluye una asesoría jurídica dos días a la semana o clases de español. Es, fundamentalmente, un área dirigida a los inmigrantes que se encuentran desprotegidos a su llegada a la ciudad; algo que convierte a este lugar en un lugar que une la cultura con el compromiso social. Lo que más urge en esta casa es, precisamente, su reparación, bastante ardua y económicamente difícil para un inmueble con más de 130 años de vida. “Aceptamos la ayuda de cualquier filántropo” asegura Santiago entre risas. Y es que la rehabilitación es necesaria y cara en un edificio de tres plantas. Por ahora solo existe la autofinanciación de todo aquel que propone hacer algo en el inmueble y deja algo de dinero para el mismo. La tetería, que casi siempre cuenta en sus paredes con una exposición artística, es una de las zonas que más recauda en beneficio de este viejo caserón cuyas paredes han vivido y sufrido las inclemencias del paso de los años. Lo más llamativo es que cualquier persona ajena a la arquitectura puede entender e incluso modificar el proyecto, lo cual acarrea un apoyo voluntarioso de gente ajena al lenguaje técnico y a la planimetría.

A pesar de que sus integrantes tienen muy clara su política de huir del mercantilismo, siempre existe el riesgo de que lo que empieza como una propuesta alternativa dirigida a hacer ver la cultura sin trabas de ningún tipo se acabe institucionalizando; la vieja historia del pez gordo que se come al pequeño y le hace olvidar sus viejos ideales. “Se debe instituir para asentarse pero no institucionalizarse para un interés privado o para una institución pública que esté atada y evite la cultura de la calle y de la propia sociedad” , asegura Santiago. Y es que si la Casa Invisible ha evidenciado algo es que la sociedad tiene mucho que ver con una cultura que, en demasiadas ocasiones, está manejada por los grandes y ata la cultura de la calle. “Hay un descontento general hacia la política institucional y nosotros queríamos cambiar eso”, afirma Santiago. Dos años y más apoyo del que podían soñar les dan la razón y convierten la Casa Invisible en una realidad que ni el más ciego podrá obviar.