Orson Welles tuvo su ‘Ciudadano Kane’, Martin Scorsese su ‘Aviador’ y Oliver Stone su ‘Alejandro Magno’. Ahora le toca el turno a David Fincher con su Mark Zuckerberg, cuya ambición, capacidad creativa y oscuridad moral bien podrían asemejarse a la de esos otros personajes que, a menudo de la nada, construyeron imperios aun a costa de su propia integridad y felicidad. ¿Cómo hacer que una película sobre algo tan inmaterial y reciente como Facebook sea viva, interesante y uno de los más originales biopics de los últimos años? La respuesta está en la sencillez de un Fincher alejado de las florituras visuales de ‘El club de la lucha’ o ‘Seven’ y en un guión, el de Aaron Sorkin, que a base de flashbacks y diálogos rápidos, irónicos y vibrantes, construye una dura y muy objetiva metáfora del mundo en que vivimos.
Las primeras dos secuencias de ‘La red social’ ya nos dan una idea de lo que vamos a ver a continuación: el joven rechazado por su novia que se venga hackeando la red mientras sus compañeros de universidad celebran a lo grande la entrada en una de esas hermandades a las que él quiere pertenecer: el impuslso creador que nace del ostracismo social y el montaje paralelo que hará que, más adelante, veamos pasado y presente, litigios legales y recuerdos acerca de la creación de la que ya es la red social por antonomasia: Facebook. En una especie de ‘Rashomon’ en el que se da un repaso al creador y a su tridimensionalidad desde varios puntos de vista, Fincher habla de la amistad traicionada, de la ambición sin límites y del muy adolescente deseo de integración social, solo que esta vez esa integración supone unos cuantos dividendos y unas cuantas enemistades. Y si algo sabe David Fincher es que, en este cuento de avaricia y genialidad, no se deben buscar culpables. Las traiciones de Zuckerberg están expuestas sin emitir juicio alguno y el espectador es testigo de las consecuencias de sus actos más que de la ejecución de los mismos. Además, de forma objetiva. Somos testigos de su lado oscuro pero también de su genialidad, de su falta de empatía y de su infantil ansia de poder; en definitiva, de su antipática pero identificable humanidad.
Mucho tiene que ver en ese distanciador retrato la interpretación de Jesse Eisenberg, que amplia su sempiterna imagen de Woody Allen ‘nerd’ del siglo XXI hacia una oscuridad y una dimensión que, paradójicamente, necesita de muy pocos diálogos para manifestarse en una película llena de ellos. Basta verle cabizbajo en una escena crucial, mientras su equipo celebra el millón de usuarios, para convencerse de su crecimiento como actor. Igualmente bien nos encontramos a Justin Timberlike, que por fin se gradúa como sólido intérprete gracias a un personaje, el del creador de Napster, cuya energía es capaz de arrastrar al protagonista y al propio espectador. Ayuda también una banda sonora que nos ‘dispara’ y nos mete de lleno en la sinergia de una película que propone unas cuantas verdades sin adoctrinar: que en tiempos de interconexión planetaria seguimos estando solos y que uno de los mayores inventos del nuevo siglo nació del neurótico narcisismo de un adolescente. Guste o no guste Facebook, este retrato generacional va a llenar muchos de los ‘muros’ de su página y va a hacer que del botón ‘Me gusta’ salgan chispas virtuales.
CALIFICACIÓN: **** (sobre *****)