"LA REINA CRISTINA DE SUECIA"(Rouben Mamoulian, 1933):El star system hecho arte

Una noche cualquiera del invierno de 1995 un preadolescente descubre en la televisión autonómica, ya de madrugada, una vieja película en blanco y negro protagonizada por una actriz de la que ha oído hablar mucho, Greta Garbo. Su hermano y su madre juegan en ese momento una partida de cartas para matar el aburrimiento. Mientras tanto, el joven se enamora de la actriz, queda fascinado ante esa mirada, esas pestañas, esa forma de andar y de suspirar: pura poesía. Unos años más tarde, aquel niñito que no era otro que el que escribe estas líneas descubre de nuevo la película y se da cuenta de que, aparte de su admiración por la suprema Garbo, la cinta es una auténtica obra de arte. Desde ese momento hasta hoy, ésta ha sido una de mis películas preferidas.
La reina sueca del siglo XVII llamada Cristina, era justamente el personaje que la también sueca Greta Garbo necesitaba para volver a la Metro tras dos años de retiro del cine. Cansada de sus papeles de vampiresa, de su poco sueldo y de películas sin sustancia, el guión de su amiga ( y dicen que amante) Salka Viertel sobre el personaje histórico se mostraba perfecto para hacer una película de prestigio. Tras designar ella misma a su director de fotografía habitual (William Daniels), al director (el soviético Rouben Mamoulian en la que es, dicho sea de paso, su mejor película) y su propio sueldo, la Metro intentó convencerla de que su partenaire masculino fuese Laurence Olivier. La que iba a ser la primera aventura en Hollywood del prestigioso inglés se vio truncada por una cruda realidad: sus pruebas con Garbo fueron un fracaso. A su vez, ésta quería ayudar a su antiguo amante y compañero en el cine mudo: John Gilbert. Los pitidos de su voz en el cine sonoro (dicen que manipulados por el propio Mayer para destruirlo) lo habían arrinconado, robándole su estatus de star para siempre. Greta recordó los muchos favores que él le hizo e insistió en que estuviese en la película. Gilbert es quizá la única mancha de un film impecable, debido a su interpretación cargada de muecas, más propia de un cine carente de diálogos. Sin embargo, una nueva revisión de la película me ha hecho descubrir la honestidad y la humildad de su interpretación. Ni la suya ni la de Garbo tuvieron demasiada repercusión una vez que la película se estrenó el 26 de diciembre de 1933, convirtiéndose en una cara superproducción ignorada por el gran público.

Vista hoy, cuesta creer las audacias del guión a un año de que entrase en vigor el restrictivo «Código Hays». La película no escatima escenas a la hora de sugerir la bisexualidad de la monarca, bien sea con un beso a su doncella (mítica escena para el público lesbiano) o en los propios diálogos. Además, la franqueza sexual de la película (esas bromas sobre los dos «hombres» acostados en la misma cama, o la confusión de Gilbert creyendo que Garbo es un chico) es de un revolucionario que sorprende más tratándose de un estudio ultraconservador y familiar como M. G. M. Por si fuera poco, Mamoulian no quería que la película tuviese un final cerrado y feliz, como todas las producciones «made in Hollywood», e hizo no sólo que este fuese trágico, sino también abierto a cualquier posible interpretación por parte del espectador. Para ello, rodó el que quizá sea el primer plano más legendario de toda la historia del cine, ese travelling que se acerca al rostro de una Garbo pensativa que mira, desde la proa del barco, hacia el mar y hacia su propio futuro. Louis B.Mayer, como era de esperar, se negó, al principio, a rodar semejante conclusión de la historia, pero al final tuvo que ceder. Sin embargo, la superioridad cultural e intelectual del director, que intentaba explicarle la eficacia del tono de tragedia griega, lo dejó tan ofendido que Mamoulian no volvió a dirigir jamás una película para el estudio del león.

La riqueza visual de la película es incomensurable. Una de las principales habilidades de Mamoulian era escapar, en los primeros años del sonoro, de las restricciones que los micrófonos imponían en aquella época a la hora de en planificar escenas. Así, su cámara se mueve cuando hace falta, realiza travellings y registra una de las 10 mejores escenas de amor que se hayan visto jamás: la reina Cristina aprendiéndose de memoria la habitación en la que acaba de estar con su amado. Mamoulian estudió cada ángulo de la escena y la rodó minuciosamente como si de un ballet se tratase, con una rica simbología de los objetos (gran parte de la misma de origen sexual) propia del cine soviético. De este cine toma prestados el montaje y los planos generales en las escenas de masas (revueltas contra la reina en plena xenofobia hacia el embajador español, justamente en la época en la que Hitler ascendía al poder…), y la utilización de las sombras en la escena que divide, en una escalera, al pueblo de su reina. También consigue una dirección absolutamente pictórica con referencias a Velázquez (la reina siendo engalanada por sus doncellas en una claro homenaje a «Las Meninas») o a Murillo (la reina paseando, fantasmal, por el gran salón de palacio donde fue coronada de niña, en plena noche) y con algunos de los primeros planos más impresionantes que se hayan hecho de una actriz.

Desde que espectaculariza su aparición al inicio de la película, mostrandonos su cuerpo hombruno llevando atuendos masculinos y dejando para el final su rostro en primer plano, hasta que acaba la película, asistimos a una verdadera «ceremonia Garbo». Imágenes como la de la monarca quitándose la corona de su cabeza tienen tal fuerza icónica que se necesitarían años y mucha buena voluntad para analizar su poder de fascinación. Pero es que la propia interpretación de la actriz es asombrosa: divertida, acertadamente ayudada por unos diálogos precisos e inteligentes que hablan de la inutilidad de la guerra, la soledad del poder, o la presión de las masas (la misma que debía sentir la propia actriz en su vida real) su rostro doloroso y enigmántico, bello y expresivo, valiente y decidido, recrea una personalidad mítica que trasciende los estrechos límites de la pantalla. Así, lo que aquel niño de 12 años descubrió viendo la televisión aquella madrugada era algo más que pura magia: era la fascinante historia de una mujer adelantada a su tiempo e incomprendida por su carácter singular, interpretada por la estrella más grande que haya parido el celuloide: la «Divina» Garbo. Obra maestra.
VALORACIÓN:
Mítica escena en la que la reina memoriza la habitación en la que ha hecho el amor con el embajador español. Verdadero arte y poesía homenajeada por Bertolucci en su película «Soñadores» (2003).