La suerte que ha corrido la representación cinematográfica de uno de los acontecimientos más tristes de nuestra historia, la ejecución de 13 chicas jóvenes a manos del gobierno franquista al término de la Guerra civil española, ha sido desigual. A día de hoy, se puede decir que es un éxito de público y una película que ha logrado calar en la gente, pero a la crítica no le ha gustado demasiado. Algunas de las razones eximidas son el histrionismo de algunas interpretaciones, la poca identificación con las chicas más que como colectivo que padece una injusticia o una ambientación demasiado preciosista a la hora de mostrar acontecimientos muy duros.
Lo cierto es que «Las 13 rosas» no es una gran película. La puesta en escena es demasiado convencional (infinitos primeros planos habituales en este tipo de dramas), la historia suena a tópica (hemos visto ya muchísimas películas sobre la Guerra Civil o sobre la represión posterior, como en el caso que nos ocupa) y la manipulación emocional a la que es sometido el espectador con la banda sonora de Roque Baños hace lo imposible para que no salgamos del cine con el pañuelo seco. Sin embargo, tampoco podemos acusar a la cinta de mal cine por una razón fundamental: la historia es real y debía ser contada a un público joven que seguramente no había oído hablar jamás de este grupo de chicas que fueron ejecutadas por razones nimias y, sobre todo, por tener ideas propias. La recreación del Madrid de la época es tan minuciosa que al director le es fácil conseguir momentos cargados de emoción como el paso de las ya prisioneras por el famoso parque del Retiro. La cinta de Martínez Lázaro posee dos mitades muy diferenciadas: en la primera se va presentando, de manera coral, a los persojanes (con muy poca fuerza los masculinos, todo hay que decirlo) y en la segunda asistimos a un drama rompedor, de una magnitud casi insoportable gracias al magnífico trabajo de las actrices.
Verónica Sánchez sorprende para bien y muestra una fuerza que la proyecta ya hacia una futura nominación al Goya; y lo mismo se puede decir de la generalmente secundaria Goya Toledo. Marta Etura también hace grande su personaje con un par de pinceladas y Pilar López de Ayala vuelve a mostrar que su mirada nació para mostrar emociones en el que quizá sea el personaje más conmovedor de todos: el de una católica cuyo único pecado ha sido el de ayudar económicamente a un músico amigo y republicano. En este personaje, en la carta que escribe a su pequeño hijo, vemos una de las virtudes que diferencia a la cinta de muchas otras películas parecidas (a pesar de caer también en la caricatura de los malos): la apuesta por el perdón, por el entendimiento en unos tiempos convulsos e injustos en los que no se podía pensar libremente: un mensaje éste que deberían captar muchos de los políticos de nuestro país que nos exaltan día a día con sus rifirrafes.
Trailer de la película