"LEJOS DEL CIELO" (Todd Haynes, 2002): Problemas en el paraíso

Bienvenidos al paraíso, a las casas perfectas y a los cálidos colores del otoño más bello que la gran pantalla ha podido ofrecer jamás. Un mundo de ensueño convertido en pesadilla cuando se rasca sobre la superficie. El intento de hacer una película que hablase sobre homsexualidad y racismo en un entorno tan conservador como la América suburbana de los 50 podría parecer una idea gastada; más aún el de homenajear o intentar mejorar a los viejos melodramas de Douglas Sirk que, precisamente en ese periodo, cuestionaban muchos valores sociales. Pero Todd Haynes salió airoso del empeño e hizo la que probablemente habría sido la gran obra maestra de Sirk si le hubiesen dejado hacerla con las libertades (al menos en teoría) de las que disfrutamos en pleno siglo XXI.

Cathy Whitaker es, aparentemente, una mujer feliz, esposa de un rico hombre de negocios, con una bonita casa, un exquisito gusto a la hora de planificar fiestas de sociedad y una bella imagen de mujer dulce y bondadosa. Sin embargo, un buen día descubre que su marido es homosexual y tiene encuentros furtivos con otros hombres y que la única persona en el mundo en la que puede confiar es su jardinero negro, lo cual dará lugar a todo tipo de mezquinos rumores que afectarán a los protagonistas de esta triste historia otoñal con amor imposible.

Como ejercicio de estilo, «Lejos del cielo» es magistral. Desde los títulos de crédito que se inician con las ocres hojas del otoño en una grúa de cámara hacia abajo, hasta el final que repite el mismo movimiento a la inversa para mostrarnos las primeras flores de la primavera (magnífica metáfora de una evolución en el comportamiento de la protagonista a pesar del tristísimo final de la historia) tenemos toda una serie de recursos dramáticos en la puesta en escena. A saber, los ángulos de cámara invertidos cuando la homosexualidad está presente en la historia, haciendo más hincapié en el escándalo y la tensión que puede suponer en una época tan restrictiva, o los encuadres perfectamente diseñados a la hora de hablar con imágenes al espectador (el sombrero de la cotilla periodista presente en la imagen en la que Cathy coloca inocentemente la mano encima del hombro de su jardinero negro, los agudos contrapicados de la gente que la mira o la descubre en compañía de éste o los momentos en los que la prensa la fotografía inesperadamente fuera de campo, resaltando la intromisión a su vida privada y la imagen de perfección esclavizadora que ha de mantener de cara a la sociedad). Además, Haynes consigue escenas de pura poesía visual (algunos tuvieron la osadía de llamar cursi a la película cuando no tiene ni un ápice de azúcar, sino todo lo contrario) como la grúa que acompaña el recorrido del pañuelo azul que Cathy ha perdido y que encuentra el jardinero o su triste mirada al observar a una enamorada pareja en un banco.

Gran parte de esa poesía es gracias a la magnífica fotografía, que recrea con luces y sombras la tristeza y opresión de ese bello pero falso mundo, y trata de emular el Technicolor que era parte fundamental del cromatismo dramático de las películas de Douglas Sirk. La película también tiene el honor de contar con la última banda sonora del genial Elmer Bernstein, que compuso una partitura «como las de antes» que sirve para hacer más sentidos muchos momentos del film. Si se parece o no a las películas de Sirk es cuestión de opiniones, pero los suaves fundidos encadenados, la manía por retratar a los personajes dentro de espejos para aprisionarlos o el travelling que acompaña a una triste Julianne Moore por su vacía casa, y que es calcado a ese otro desdichado paseo de Jane Wyman en «Obsesión» (Douglas Sirk, 1954), son elementos muy fáciles de encontrar en las películas del fallecido director alemán.

Haynes podría haber optado por la ironía pero esto habría convertido a su película en una parodia. Podría haber optado por la corrección política pero tampoco lo hace: Cathy es odiosamente perfecta (no hay más que ver sus intencionadamente cursis diálogos) y conservadora en ciertos momentos, la comunidad negra es igual de cerrada que la blanca y el homosexual marido es odioso y maltratador cuando le parece. Las intepretaciones son, por tanto, otro de los muchos aciertos del film, destacando, claro está, una incomensurable Julianne Moore. En su melancólica mirada hacia el tren que se lleva la única oportunidad de que su personaje fuese feliz vemos una de las grandes interpretaciones de la historia del cine.
VALORACIÓN:
Trailer de la película en español