MATRIMONIO MAL AVENIDO (Crítica de "La Pícara Puritana", Leo McCarey, 1937)

Cuesta creer que el empobrecido público norteamericano de los años 30 (a resultas de la Gran Depresión) no se indignase al ver las películas que Hollywood le ofrecía por aquellos años, en las que las mansiones brillaban con cortinas llenas de encajes y brillantes tapices y las estrellas iban vestidas con perfectos atuendos incluso recién acabados de levantarse de la cama. Era un cine irreal, glorificado y sublime en el que las screwball comedias o comedias alocadas destacaron especialmente. Este tipo de comedias ridiculizaban a la clase alta, proponían divertidas guerras de sexos en las que la mujer era muchas veces la dominante (una Katharine Hepburn o una Carole Lombard), el ritmo era ferozmente rápido y había diálogos cínicos y chispeantes.

Uno de los grandes ejemplos de este tipo de comedias es «La Pícara Puritana» de Leo McCarey. McCarey tomó una vieja obra de Broadway ya llevada a la pantalla en dos ocasiones para reinventarla dejando que sus dos actores protagonistas improvisaran todo cuanto quisiesen. Esos dos actores no muy conocidos por aquel entonces eran nada menos que Cary Grant y la hoy algo olvidada (injustamente) Irene Dunne. Ninguna de las dos futuras estrellas estaba de acuerdo con este método y dicen que la actriz llegó a tener una crisis de llanto y el actor amenazó con dejar el rodaje. Sus miedos estaban poco fundamentados, ya que el film ganó un Oscar como mejor director para McCarey e hizo de ellos dos grandes estrellas que volverían a encontrarse en dos películas más.

La premisa de la película es básica e incluso simple y se repetiría hasta la saciedad en docenas de títulos(no es ningún secreto que la Columbia, el estudio responsable de esta película, buscaba repetir el éxito de la genuina «madre» de este tipo de películas, «Sucedió una noche» de Frank Capra): un matrimonio se separa debido a una confusión originada por los celos de ambos y en los sucesivos 90 días esa separación será un hecho. Mientras tanto, el uno y la otra tratarán de esquivarse y reencontrarse con situaciones de lo más absurdas. Los gags puramente físicos brillan de este modo: el sombrero que la Dunne trata de esconder a Cary Grant pero es descubierto por el perro, Cary Grant y el profesor de música de su esposa liándose a golpes en off mientras que ella y su nuevo prometido los escuchan ruborizados o el espectáculo circense que una borracha Irene Dunne monta para escandalizar a la familia de la nueva prometida de su esposo. Todas estas situaciones son hilarantes y divertidas y están acompañadas de ingeniosos diálogos llenos de cinismo en los que, sobre todo, ya podemos ver el germen del eterno personaje que Cary Grant encarnaría: el hombre guapo, atractivo y canalla que es lo suficientemente divertido como para que su esposa sepa que no encontrará ningún sustituto. Pero si hubiese que destacar a alguien en esta película es a Irene Dunne. La actriz tiene un timing cómico envidiable, ya sea borracha, haciendo de dama o de vulgar chabacana cuando finge ser la desastrosa hermana de su exmarido o se ríe de la ridícula avería por la cual la radio del coche no deja de sonar a toda voz.

La dirección del católico y casi siempre sentimental McCarey se limita a planos americanos de conjunto, a elipsis como la del marcador de los pisos del ascensor (luego copiada por Billy Wilder en «Con faldas y a lo loco» ) y a seguir con pocos movimientos de cámara a unos magníficos actores en medio de suntuosos decorados (¿a quién no le gustaría tener una de aquellas mansiones??) consiguiendo casi una obra maestra de este tipo de felices comedias que alegraban la vida de un país en ruinas, sumergido en el alcohol y en el jazz, que acudía al cine a ahogar sus penas económicas.

VALORACIÓN: