"NORMA SHEARER: LA OTRA MARÍA ANTONIETA" (Crítica de la película "María Antonieta", W.S. Van Dyke, 1938)

Reciente aún el estreno de la película de Sofía Coppola sobre la monarca francesa es justo revisar una superproducción que en muchos aspectos definió lo que un estudio como la Metro Goldwyn Mayer debía ser en su época más esplendorosa. Además también sería justo recordar a la que fue su «reina» en aquellos años dorados, la algo histriónica y siempre exagerada Norma Shearer. La Shearer (o La Norma, como muchos la llamaban) era para algunas envidiosas como Joan Crawford un clarísimo exponente de nepotismo cinematográfico al estar casada con el «jefe» que no era otro que el productor Irving Thalberg, un joven prodigio responsable del look y la calidad de las películas de la Metro y mano derecha de Louis B.Mayer en aquellos días. Pero la Norma era también una estrella adorada por millones de fans de todo el mundo mediante artificiosas fotografías de estudio planificadas hasta el más mínimo detalle para que cualquier espectador disfrutase de su oropel, su perfil y sus maquillajes espectacularmente recargados. Shearer había estado planeando su protagonismo estelar en esta superproducción desde 1933 pero la cosa se había ido alargando y Thalberg la dejaría viuda en 1936 (tras producir «Margarita Gautier» , también comentada en este blog) al morir de forma repentina a muy temprana edad. La superproducción que nos atañe era, por lo tanto, una especie de acto de justicia para la viuda del niño prodigio del estudio que ni siquiera el mismísimo Mayer en persona era capaz de negarle. Sin embargo no se salió con todas la actriz, ya que en un principio la película iba a ser dirigida por Sidney Franklin y el tecnicolor el material que la hiciese un auténtico sueño de colorines además de las consabidas pelucas versallescas. No fue así: la película la dirigió Woody van Dyke, que había triunfado dos años atrás con otra superproducción que abría la veda para el futuro cine catastrofista, la espectacular «San Francisco», y el ya prohibitivo presupuesto de casi 3 millones de dólares hizo que los altos jefes considerasen más barato dejar el film en blanco y negro. Ninguna de las opciones satisfizo a la Norma, ya que Van Dyke era conocido por rodar a sus actores con sólo una toma y el color habría sido un aliciente enorme para que el público viese más la película.

Vista hoy, «María Antonieta» es un ejemplo de cine espectáculo en su máxima potencia, con todos los talentos creativos de la Metro bien dispuestos a hacer un film colosal que dejase al público pegado a la butaca de asombro y fascinación. Adrian diseñó un vestuario rico en matices y, según sus propias palabras, lo hizo mirando con lupa cada uno de los retratos de la guillotinada reina. William Daniels propagó su luz dramática como director de fotografía consiguiendo momentos muy logrados como la despedida de la reina y su amante, el conde Fersen, o la secuencia en la que éste acude a prisión para despedirse de ella antes de que sea ajusticiada. Pero, por encima de todo, el también habitual del estudio Cedric Gibbons (a quien Hollywood también debe el diseño de la estatuilla del Oscar) hizo un Versalles aún más espectacular que el original, con un Salón de los espejos que era el doble de grande que el auténtico. Así, cada escena de masas es realmente única e insuperable dentro de un lujo empachoso de puro recargamiento barroco. La música de Herbert Stothart (compositor de las películas de la Garbo y de la muy celebrada y oscarizada música de «El Mago de Oz» ) es también un verdadero prodigio de espectacularidad e intimismo contenido al mismo tiempo.

Si bien todo es «bigger than life», ¿qué se puede decir de la propia película??. Comparada con la de Sofía Coppola, este es un retrato de la reina francesa mucho más ortodoxo, épico y contextualizado que la novedosa propuesta de la hija de Francis. La película comienza con la joven princesa austríaca llegando ilusionada a Versalles y finaliza con su ejecución ante los sollozos de su amante el conde Fersen bastantes años después. Colocar a este último personaje como su redentor y el que intenta que ella, el rey y toda la familia escapen ante la ira de las masas en plena Revolución Francesa es un acto de ficción glamourizada en favor del romanticismo hollywoodiense, pero la película no pasa por alto cuestiones básicas en la caída en desgracia de la reina como el complot del collar que nunca compró en realidad o los tejemanejes del duque de Orleans para arrebatarle el trono a ella y a Luis XVI. Nada de eso aparece en la película de Sofía Coppola, mucho más impresionista y artística que esta. Además, Van Dyke consigue simbolizar la desgracia y aislamiento de la monarca con planos como el de ella llorando reflejada en un espejo o atrapada (en un inmejorable travelling en contrapicado) entre las velas de un candelabro cuando sabe que están a punto de coronarla reina de Francia. Hace también virguerías con la cámara consiguiendo ángulos imposibles en los grandes planos generales como los de la boda de los delfines y consigue momentos de pura emoción como ese soldadito de plomo entregado al niño después de la ejecución de su padre que nos hace saber (a los espectadores y a la propia María Antonieta) que el rey se ha pasado la última noche de su vida arreglando un juguete para su hijo.

Hasta lo dicho aquí podría parecer que la película de la Metro es maravillosa, pero no es así. Aunque Robert Morley («La Reina de África») consigue componer un rey lleno de ternura y consciente de su propia debilidad, no se puede decir lo mismo del resto del reparto. La propia Norma Shearer es una afrenta para el espectador de hoy. Su interpretación está llena de mohínes, es excesivamente melodramática, exagerada e histriónica hasta el ridículo máximo y desde luego absolutamente envejecida. Sólo en los últimos planos de una reina vencida por los acontecimientos que se dirige harapienta a la guillotina, somos capaces de perdonar tal derroche de gesticulación. Tampoco destaca un joven y guapo Tyrone Power como el conde Fersen ya que su personaje es un mero pretexto argumental y romántico. Sí destaca John Barrymore como el rey Luis XV ya que el actor tenía las tablas suficientes para enfrentarse a este u otro personaje. A lo ya dicho habría que añadir una duración de dos horas y media que realmente pueden resultar insoportables para el no aficionado a estos aparatosos e hiperbólicos macroespectáculos. Con muy buen tino, la película fue un enorme fracaso de taquilla que ni siquiera proporcionó el ansiado Oscar a la Norma (éste fue a parar a Bette Davis por su magnífica «Jezabel» de William Wyler) y que se le atragantó al público desde el mismo día de su estreno. Vista hoy es un ejemplo de porqué muchos jóvenes no quieren ver cine clásico. Pomposa, recargada hasta el extremo, aisladamente entretenida, lo único que la justifica por encima de la bellísima y minimalista película de Sofía Coppola es el espectáculo y un mayor rigor histórico a la hora de enseñarnos quién fue esta vilipendiada y fascinante reina francesa.

Una modernizada recopilación de las mejores escenas de la película al estilo de la versión de Sofia Coppola