"SUEÑOS DE JUVENTUD (Alice Adams)" (George Stevens, 1935): Katharine Hepburn quiere ser rica

Acusado por los defensores del cine de autor de no tener una visión artística propia y de no ser más que un mero artesano, George Stevens ha sido uno de los directores más maltratados por la memoria de Hollywood. Y sin embargo, tiene una trilogía de películas sobre América que se puede calificar de genial («Un lugar en el sol», «Raíces Profundas» y, en menor medida, «Gigante»). Su primer éxito le dio a Katharine Hepburn uno de sus pocos triunfos en taquilla en la RKO, antes de que la revista Variety la considerase «veneno para la taquilla». La historia de una chica de clase media que pretende encontrar la felicidad fingiendo ser de clase alta para atrapar a un chico, metiendo a su familia en un grave entuerto financiero, fue la base de la novela «Alice Adams» de Booth Tarkington. Hepburn quería a William Wyler como director, pero para cuando éste fue elegido, Stevens era ya un amigo cercano de la actriz y acabó siendo el responsable de una película que fue para él el inicio de una próspera carrera.
Hay dos momentos en la película dignos de ser destacados: el baile de sociedad en el que Katharine Hepburn sufre todo tipo de inconvenientes y que desemboca en una triste vuelta a casa; y la cena en la que intenta que su futuro prometido, Fred MacMurray, conozca a su familia y se asombre de su (falsa) posición social. Ambos momentos contienen ya mucha de la sabiduría de Stevens en la puesta en escena. En el baile, los picados generales de una Hepburn solitaria mientras que el resto de las chicas disfrutan con sus parejas es desolador; en la cena, la ausencia de música, los planos detalle y la comicidad de los actores (en especial de una impagable Hattie McDaniell, la mítica Mammy de «Lo que el viento se llevó», fingiendo ser una criada digna de reyes sin conseguirlo) producen una situación exasperante y tragicómica. Además, Stevens otorga un gran protagonismo a la bellísima cara de una joven Katharine Hepburn, cuyas tendencias histriónicas al inicio de su carrera se muestran más útiles que nunca en el papel de una heroína mentirosa y pretenciosa por culpa de una sociedad clasista y excluyente.

Lejos de ser una gran película, anticuada en algún que otro detalle, y ensombrecida por la falta de entidad del personaje de MacMurray y de un final feliz ausente en la novela, «Sueños de juventud» es una primigenia muestra del talento visual de Stevens y de una encantadora (como de costumbre) Katharine Hepburn en la que probablemente es su mejor interpretación de la década de los 30.

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